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“Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada…”
Sí, es un soplo la vida y 20 años no es nada. Pero también, porque así es el tiempo, 20 años son mucho en nuestra escala humana. Dos décadas atrás empezábamos a ser empresarios. Ninguno con experiencia en esas lides, todos muy jóvenes, acordamos que la vigencia de la sociedad sería de 20 años. Días después, sentados en la improvisada sala de reuniones miramos el certificado de existencia y vimos ese lapso muy extenso.
De ese momento a hoy han pasado 1043 semanas y, como en el tango, las nieves del tiempo platearon nuestras sienes. Del grupo inicial de socios quedamos dos y ahora nuestra sociedad es, sobre todo, vital. Hoy miramos para atrás y reconocemos todo el aprendizaje y la experiencia que son nuestro capital más valioso; pero, también quedan muchas reflexiones sobre la realidad de los emprendedores.
Una de esas es que las universidades se equivocan cuando insisten en discursos de emprendimiento que magnifican las bondades y omiten las dificultades de la gesta. Emprender, en el contexto colombiano, es muy distinto a hacerlo en Silicon Valley y nuestros referentes no se ajustan al mito de aquellos hombres que empezaron sus negocios multimillonarios en el garaje de sus casas. Aquí, la realidad del emprendedor es muy distinta.
La academia, en buena parte de los cursos de empresarismo de todos los niveles, pierde de vista que la realidad de cualquier emprendimiento no cabe en una matriz de Excel. Ser empresario es también estar supeditado al azar, a las variables inestables del mercado. Es saberse diminuto ante la DIAN y aún, así, persistir.
Además, la liquidez de quien empieza una empresa es, en condiciones normales, muy escasa. Entonces, el emprendedor deberá contar con un presupuesto suficiente para aguantar un buen periodo sin ingresos, pero con egresos fijos y variables.
También se equivoca quien se ilusiona con la falsa expectativa de “ser su propio jefe” y “manejar su tiempo con autonomía”. Si algo se aprende en la autogestión es que uno termina teniendo tantos jefes como clientes y que, de nuevo, es un soplo la vida. No hay tiempo para nada porque el emprendedor no trabaja ocho horas diarias; al contrario, las horas del día no le son suficientes para cumplir con las exigencias de cada proyecto. Entre otras cosas, porque para ponerse el rótulo de empresario debe ser, por lo menos al principio, también el gerente, el de recursos humanos, el operativo, el mensajero, el comercial, el creativo, el de redes, en fin… hacer de todo.
Ahora, torciendo el tango, NO tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Para mí, estos 20 años han sido mucho. Son dos décadas de fortalecer lazos de amistad genuina; de conocer a personas talentosísimas que con generosidad nos han acompañado a caminar. Los 240 meses que celebramos este febrero me llenan de orgullo porque han hecho de nosotros seres humanos conscientes y compasivos. De Pablo, mi socio de la vida, aprendí que la dignidad no tiene precio y, como dice él, podemos mirar a los ojos a cualquier ser humano. Aprendimos en este camino que la solidaridad puede ser el motor de las relaciones humanas; sabemos qué es la lealtad y la confianza. Hoy, abrazamos nuestros errores porque de ellos salimos más fuertes y menos ingenuos.
Ojalá nuestra experiencia y la de otros emprendedores sea insumo para quienes quieren empezar. Decirles que crean menos en los discursos prefabricados y en el falso romanticismo del sistema. Que conozcan sus entornos y que busquen referentes que se parezcan a sus realidades. Que aprendan a ser más competentes que competencias. Que se aferren y cuiden a sus amigos y que no hipotequen su dignidad.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/