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En medio de esta batalla campal en que se ha convertido la política, trasladada a la sociedad que opina y participa, debemos aislarnos momentáneamente del ruido, de ese caos violento, para intentar recordar el mundo que realmente deseamos. Me produjo una emoción profunda el documental Los días azules, sobre la vida del poeta español Antonio Machado, su nacimiento en el hermosísimo Palacio de Las Dueñas en Sevilla y cómo los primeros cinco años de su vida rodeado de ese jardín majestuoso bastaron para imprimir la belleza en su mirada, para que hablara en sus poemas del limonar reflejado en la fuente (“…y allá en el fondo sueñan los frutos de oro”), y para que su obra estuviera atravesada por esa idea del paraíso perdido.
Se ha inclinado nuestro análisis de la realidad hacia el odio. Hace erupción a través de las redes sociales y nos quema a todos. El martes puede convertirse —¡por segunda vez!— en presidente del país más poderoso (y decadente) del mundo un hombre delirante que se burla de sus votantes, que dice de la mujer que hoy es su contrincante que “le pasa algo”, que nació con alguna “deficiencia mental”, que es una “vicepresidenta de mierda”: “Kamala, estás despedida, vete al infierno”. El Ex Secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos John Kelly le detalló a The New York Times las características fascistas que identifica en la manera en la que Trump quiere gobernar a ese país, que influye decisivamente en la dirección del mundo. Distintos pensadores y periodistas advierten sobre la autocracia que podría ser su gobierno. Y se pregunta anonadado el escritor estadounidense Richard Ford acerca de los votantes de Trump que tienen una mínima educación: “¿Qué habrá bebido esta gente?”
Qué mundo queremos. Por qué ascienden los que odian e insultan con vehemencia, los que ansían el miedo de sus seguidores. Escribió Daniel Innerarity: «Si la extrema derecha puede presumir hoy de alguna victoria cultural es de haber convencido a muchos de que no hay futuro sin recortar los derechos de algunos, de ‘otros’, ocultando el hecho de que nosotros también podemos convertirnos en otros y que la dinámica de reducción de derechos termina inevitablemente por afectar a aquellos que se pensaban protegidos».
Se quejaba Martín Caparrós de lo humillante que resulta que a los argentinos los lidere un tonto, en contraposición a un malvado inteligente o poderoso, y decía: “Yo recuerdo que no éramos así: que hubo tiempos en que una sola boludez de estas habría bastado para ridiculizar a un gobernante, para perderle cualquier tipo de respeto”. Hoy parece que el paraíso perdido no era siquiera paraíso, sino alguna normalidad comprensible, algún sentido común, una mínima decencia. Recordaba Marta Peirano el estudio que demostró que ejercer el poder durante suficiente tiempo cambia el cerebro y puede hacer desaparecer la empatía. En algunos líderes es extremadamente evidente. Quién querrá habitar un mundo sin empatía.
Hace unos días mi padre me preguntó si había visto que Israel había matado a un líder terrorista y le dije que lo que veía era que había matado a más de cuarenta mil personas como nosotros. Le mandé un video en el que una niña de seis años cargaba a su hermanita atropellada, caminando descalza sobre la tierra en busca de ayuda, y le pedí que nos visualizara a mi hermana y a mí así. Dos niñas. Y el demonio que lidera ese genocidio sigue vociferando y cosechando seguidores embelesados con la sangre. Qué mundo queremos.
Escribió Antonio Muñoz Molina sobre la primera sensación de solidaridad que sintieron los extranjeros que estaban en Nueva York tras el atentado de las Torres Gemelas y añadió: “Pero la locura colectiva que vino después nos devolvió a nuestra extranjería europea y española. Todo se llenó inmediatamente de banderas y de exhibiciones de un patriotismo vengativo”. Habló sobre bombardear ruinas, refiriéndose a lo que siguió en Afganistán, así como a lo que hace hoy Israel, que sigue estallando lo que acaba de destruir, y dijo: “El desierto al que algún día llamarán paz será un baldío inhabitable, incluso para ellos”. Será acaso el mundo de las ruinas y la venganza el que deseamos.
Pienso en el hermoso limonar que añoró el poeta Machado a lo largo de su vida, hasta que la herida de la guerra y el exilio lo mató. Termina el documental con uno de sus versos: «Late, corazón… No todo / se lo ha tragado la tierra».
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/