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¿Qué hacer con tanto estruendo?

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Se ha dicho mucho sobre el altísimo nivel de ruido que abruma a la ciudad. La queja es recurrente y diversa: algunas zonas padecen por los excesos de bares y discotecas; otras, por la bulla de los vehículos. Ni siquiera las zonas rurales o de descanso están libres porque no es novedad que los decibeles del equipo de sonido se pongan a prueba en cualquier reunión de fin de semana.

Sabemos que hay andando proyectos de ley al respecto; también, que es responsabilidad de las autoridades ejercer control con las herramientas que las normas ya establecen. Pero entre la norma y el control eficiente la brecha es muy ancha. Sobre todo, en esta ciudad en la que buena parte de los fenómenos sociales están atravesados por lógicas mafiosas y violentas.

Aquí cabe preguntarse por la responsabilidad individual y el aporte que hacemos para multiplicar el ruido. Preguntarnos por qué hay que ver un video con altavoz mientras se está en una sala de espera en un establecimiento de salud. Por qué hacer una videollamada, sin audífonos, mientras se comparte la silla del metro. Por qué inundar de amplificadores la ciclovía. Por qué prender el parlante a las cinco de la mañana para hacer ejercicio en las zonas comunes de un edificio. ¿Por qué no nos importa incomodar al otro con nuestro ruido?

Las ciencias del comportamiento algunas luces dan: el propio egoísmo puede que explique una que otra causa. Aquello de que estamos tan imbuidos en nuestra individualidad que perdemos de vista al otro. O que la vida nos tiene tan abrumados que buscamos escapes y uno de esos puede ser la distracción con el ruido.

Razones para comprender el fenómeno, existen. Pero ¿ahora qué hacemos? Evelyn Glennie ​ es una percusionista solista escocesa que desde los 12 años fue diagnosticada con sordera profunda. En algunas de sus entrevistas nos da pistas para resolver esta duda. Por ejemplo, dice que, así como no podemos estar alimentándonos las 24 horas del día, tampoco podemos estar expuestos a tantos ruidos en el mismo lapso. Es decir, convoca a la búsqueda del silencio, consciente y metódico.

Pero, en esta ciudad de pobres corazones, cada vez es más difícil encontrar lugares silenciosos donde podamos ejercer cierto grado de autonomía auditiva. Valdría entonces apostarle, en un principio, a no ser uno el que genere estruendos para otros. Ser uno el que empiece a bajarle el volumen a la vida. Ser, de manera individual, más consciente del ruido que impone a los demás. Darnos cuenta de que la vida en comunidad actualiza sus dinámicas y nos exige revisarnos permanentemente.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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