Todo cae por su propio peso, y así ha pasado con las promesas e ilusiones de cambio que hizo Gustavo Petro. La más reciente fue reconocer que no es viable financieramente construir un tren elevado entre Barranquilla y Buenaventura, pero no hay que olvidar clásicos como que en 3 meses de gobierno ya habría paz con el ELN o que dejarían de perderse 50 billones anuales en corrupción.

Uno se concentra en señalar las inconsistencias y errores del gobierno, pero deja de lado lo humano, y no se piensa en lo difícil que debe ser tener que seguir defendiendo a Petro. Aunque luego les ve uno a esas personas los contratos que tienen con RTVC y se pasa la pena, su privilegio me nubla la empatía.

Y aunque trágico para el país, no deja de haber diversión en ver a los adalides del cambio defender a personajes Roy Barreras, Benedetti, Juan Fernando Cristo y Luis Fernando Velasco ¡La transformación de la política! O que tengan que perseguir a María Jimena Duzán, su otrora periodista insigne.

Que los que antes acusaban de responsabilidad a Uribe por lo que hacía un soldado, separado del presidente como en 6 niveles de la cadena de mando; ahora digan que lo de la UNGRD fue a espaldas de Petro, que él no se entera de lo que hace su hijo y coordinador político en el Caribe, que sigue apoyando a Daniel Quintero porque todavía no sabe quién es ese tipo.

Reconozco que hay deleite en ver a tantos “defensores de la paz” callar ante atrocidades como que el gobierno le pida perdón a la guerrilla por bombardearlos; o ver a tantos “intelectuales” de izquierda que decían que la Constitución del 91 era el non plus ultra de nuestra historia ahora callados ante la bananera propuesta de una constituyente.

Esta semana me preguntaron que qué de bueno le veía al gobierno de Petro, no supe qué responder, pero de las pocas cosas positivas veo el desenmascaramiento de tantas personas que posaban de faros morales en Colombia. No les molestaba lo malo que pasaba en Colombia, sino no ser parte de la rosca.

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