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“He medido el tiempo de forma diferente, con todo mi cuerpo.

He descubierto de lo que uno puede ser capaz, que equivale a decir capaz de todo”.

Annie Ernaux

No se descuide si va a leer “Pura pasión” de Annie Ernaux. Uno llega a un librito, corto, delgado; de los que tienen tan pocas hojas que, a veces, uno los enrolla en la mano. Pero es solo empezar para que el libro se convierta en fuente de calor y transfiera al cuerpo del lector la temperatura del relato.

Una muy poco rigurosa búsqueda en internet hace recordar las clases básicas del bachillerato: el calor no es una propiedad de un sistema sino una medida de cambio. Es decir, el calor es energía en tránsito. Y eso, maravillosamente, es lo que sucede con este libro de Annie. Hay sofoco.

Quien narra es lo que denominamos una mujer adulta. Dice la contraportada del libro: “una mujer culta, inteligente, económicamente independiente, divorciada y con hijos mayores, que pierde la cabeza por un diplomático de un país del Este que siente debilidad por la buena ropa y los coches aparatosos”. Lo más bello del relato, como en las buenas obras, es lo que dice sin decir. Nos presenta aquello que a las mujeres nos cobran con tanta dureza: envejecer.

Sigue siendo “muy raro” que una mujer adulta vibre de apasionamiento. Esas fuerzas, propias de la adolescencia, dejan de caber en un cuerpo mayor. Se espera que “avancemos” en sabiduría y recato; y, cualquier cosa que tienda hacia “atrás” se tilda de inmadurez y se viste de ridículo.

Porque envejecer, además de retos biológicos, está cargado de expectativas ajenas. Se nos imponen maneras de ser “de acuerdo con la edad”; pero, al mismo tiempo, recibimos mensajes de alarma: ¿canas, estrías, arrugas, sexo, pasión? ¡cuidado!

El relato que propone Annie Ernaux es magistral por la sencillez con que expone la complejidad que habita en el cuerpo de cualquier mujer. Hay sensaciones, impulsos, que no tienen explicación desde la razón. Nos vemos en la protagonista cuando nos asustamos de nuestras propias fuerzas pasionales; cuando aumentamos las bondades del amante al tiempo que infravaloramos las nuestras.

Esa mujer, que además es escritora y de manera preciosa juega con el relato, hace lo que nosotras mismas vamos aprendiendo: poner en perspectiva. Agradece lo valioso, se reconoce incluso en sus momentos de mayor desasosiego; descubre sus límites. Al final, se recoge en su propio fuego; se conoce vulnerable y potente: “he descubierto de lo que uno puede ser capaz, que equivale a decir ser capaz de todo. De deseos sublimes o letales, de falta de dignidad, creencias y comportamientos que tildaba de insensatos en los demás, hasta que yo misma recurrí a ellos”.

El calor del relato no se debe a escenas triviales o preformadas. Se debe a que esa mujer que relata conoce la vehemencia de la pasión y no se disculpa, la convoca.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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