Los personas que hacen parte de un grupo privilegiado tienden a proteger su posición. En una sociedad patriarcal los hombres están, por regla general, mejor situados que las mujeres y de manera más o menos consciente la mayoría de ellos busca mantener su estatus. Esta posición privilegiada se ostenta a partir de la pertenencia a un grupo, luego, su protección debe garantizarse colectivamente. En otras palabras: los hombres se protegen entre ellos para mantener una posición social que, en el marco de una sociedad patriarcal, es ventajosa para su conjunto.
Las mujeres también nos protegemos entre nosotras, la diferencia es que dentro de la sociedad patriarcal estamos del lado de las oprimidas. Mientras que los hombres se protegen entre ellos para mantener su posición privilegiada, la protección que las mujeres encontramos en nuestras pares busca resistir la opresión a la que hemos sido sometidas cuidándonos unas a las otras. Las redes que se activan ante la desaparición de una niña o de una mujer en la ciudad y la movilización de cientos de mujeres alrededor de su búsqueda es una muestra de estos mecanismos de protección grupal.
Los hombres tienen sus propias formas de protección. Los llamados pactos entre caballeros son uno de ellos. Esta expresión se utiliza para hablar de los acuerdos que los hombres hacen entre ellos para mantener su posición privilegiada. Los pactos entre caballeros pueden ser tácitos y tomar la forma de un código de conducta específico para garantizar la pertenencia a un círculo o grupo exclusivo y el respeto de las personas que hacen parte de él. Por ejemplo, guardar silencio frente a los comentarios sexistas de los amigos de siempre para evitar ser tildado de débil o sensible.
También pueden ser explícitos y configurar una serie de normas informales que prescriben las conductas que deben observarse para ser aceptado como parte de un grupo particular. Es el caso de las exigencias que algunos hombres les hacen a sus pares para enviar contenido pornográfico en chats grupales. La figura del pacto entre caballeros ilustra un mecanismo que, en la práctica, opera de formas bastante sutiles y que no siempre exige la celebración de un acuerdo, así sea informal.
Creer que la posición privilegiada de los hombres y la correlativa subordinación de las mujeres es natural camufla estas conductas que, además, solo pueden existir en la medida en que los estereotipos de género no sean cuestionados. Me explico: la sociedad patriarcal se construye a partir de la creencia de que los hombres y las mujeres son intrínsecamente buenos para ciertas cosas y que las cosas para las que son buenos los hombres son opuestas a las cosas para las que somos buenas las mujeres. Aquellos asuntos y trabajos que hemos asociado a los hombres son más valorados que los asuntos y trabajos que hemos asociado a las mujeres. Esta idea permitió que los hombres pudieran ocupar durante siglos una posición de privilegio de manera más o menos incuestionada.
En campos en los que la hegemonía de los hombres ha sido la regla, por ejemplo, en la política, la academia y las artes, los estereotipos de género son funcionales al mantenimiento de este estado de cosas. Los hombres que participan de estos dominios lo hacen bajo una presunción de idoneidad. Por el contrario, las mujeres que reclaman un espacio en ellos lo hacen bajo una presunción de ineptitud, o por lo menos, de extranjería. Las palabras de Virginia Woolf al inicio de Una Habitación Propia hablan de esto. Las presunciones, por supuesto, pueden desvirtuarse. Pero, ¿quién estaría dispuesto a presentar una prueba que revele su incapacidad?
La presunción de la que gozan los hombres sostiene sus privilegios de género, sus privilegios colectivos. En el instante en que estos empiezan a cuestionarse el estatus del grupo entero se pone en riesgo. Por esta razón aquellos hombres que no están dispuestos a renunciar a su posición de poder para construir una sociedad más justa, se encargan de mantener vigentes los acuerdos y mecanismos necesarios para evitar la subversión del orden que los privilegia. En su propósito no solo han logrado concentrar el poder en muchos dominios de la vida social sino que han limitado las posibilidades estéticas y epistemológicas de la humanidad al diseñar estándares que, en lugar de buscar la belleza y la verdad, buscan mantener intacto el orden que ha privilegiado sus creaciones.
Una amiga me preguntó hace unos dias: ¿de cuánta buena música y buena literatura nos hemos perdido por el patriarcado? No tiene mucho sentido tratar de responder preguntas contrafactuales, lo que sí es urgente es preguntarnos cómo podemos construir diálogos sobre el poder, la belleza y el conocimiento en donde no se presuma la genialidad de unos y la mediocridad de otras.
A diferencia de lo que muchos hombres creen, las mujeres feministas no queremos usurpar su posición privilegiada ni emular sus prácticas excluyentes. Tampoco queremos reproducir los mecanismos de protección colectiva del patriarcado y aplicarlos a nuestro grupo. No queremos ubicarnos en una posición de dominación: queremos vivir en un mundo que esté hecho a la medida de nuestra humanidad.