¿Por qué voy a votar por Gustavo Petro y Francia Márquez? Razones desde la filosofía política

¿Por qué voy a votar por Gustavo Petro y Francia Márquez? Razones desde la filosofía política

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En esta columna y en la de la próxima semana voy a explicar las razones por las cuales voy a votar por Gustavo Petro y Francia Márquez en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, que se celebrarán el próximo 19 de junio. En la columna de hoy me centro en presentar algunas de las consideraciones filosófico-políticas que subyacen a mi decisión electoral. En la columna de la próxima semana me enfocaré en las razones de índole práctico que explican por qué considero que Petro y Márquez son la decisión más coherente con mi filosofía política.

El pluralismo razonable y el hecho del desacuerdo

El punto de partida de este ejercicio es la aceptación de que nuestra sociedad está marcada por el pluralismo razonable y el hecho del desacuerdo. Esto significa que en nuestra sociedad existen diversos puntos de vista sobre el bien y la justicia sobre los cuales no siempre estamos de acuerdo, y que incluso a veces se contradicen abiertamente unos con otros. Este es un hecho inevitable en una sociedad liberal, por lo cual no tenemos razones para lamentarlo, sino para celebrarlo.

Ahora bien, a pesar del pluralismo y nuestros desacuerdos, debemos encontrar la manera de vivir juntos de manera más o menos pacífica, y la principal vía para lograr lo anterior es a través de la deliberación democrática, que no tiene lugar únicamente en espacios formales como el Congreso, sino también en la sociedad civil. En este sentido, mi propósito principal con estas columnas no es convencer a otros de votar por Petro y Márquez, sino poner sobre la mesa las razones que me llevaron a tomar esta decisión. Estas razones sonarán convincentes para algunos, pero no para otros, que preferirán votar por Rodolfo Hernández o votar en blanco; respecto de estos últimos, no aspiro a convencerlos, pero sí a mostrarles que existen argumentos razonables para pensar como pienso y actuar como actuaré al momento de votar.

Liberalismo igualitarista y republicanismo

De manera consciente o inconsciente, todos asumimos una filosofía moral y política más o menos clara. Quienes consideran que es necesario que el Estado realice acciones para preservar las tradiciones y las costumbres suelen inspirarse en una filosofía conservadora. Quienes abogan por reducir el Estado al mínimo de manera tal que la iniciativa privada tenga el mayor campo de acción posible se apoyan en una filosofía libertaria. Quienes creen que el Estado debe evitar la pobreza extrema, pero despreocuparse de la desigualdad socioeconómica, encuentran respaldo en la filosofía suficientarista. Los ejemplos podrían seguir, pero creo que con esto basta.

Mi filosofía política, en rasgos generales, se puede calificar como liberal-igualitarista en asuntos morales y económicos y como cívico-republicana en cuestiones políticas. ¿Qué significa lo anterior? Significa varias cosas, que explico a continuación.

En primer lugar, me considero liberal en asuntos morales y económicos porque para mí la libertad individual es una prioridad. El individuo es el núcleo del orden social y el Estado debe actuar de una manera que, dentro de lo posible, evite intromisiones innecesarias e injustificadas en la libertad moral y económica de las personas. Por ello, el Estado no debe inmiscuirse en las decisiones privadas de los individuos, como aquellas relacionadas con asuntos como la sexualidad, la religión, la autonomía corporal, los hobbies, la elección de actividades productivas, entre otras. En razón de esto, el poder del Estado debe ser cuidadosamente limitado mediante mecanismos institucionales como el principio de separación de poderes.

En segundo lugar, a mi liberalismo lo acompaña el apellido igualitarista debido a que, además de la libertad individual, considero de vital importancia el establecer un límite a las desigualdades socioeconómicas. Aquí suscribo en buena medida la visión de John Rawls, el filósofo político más importante del siglo XX, para quien las desigualdades socioeconómicas son aceptables siempre y cuando cumplan dos condiciones esenciales: “primera, deben estar ligadas a oficios y posiciones abiertos a todos bajo condiciones de justa igualdad de oportunidades; y segundo, han de existir para mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad”. Esto, en pocas palabras, implica adoptar una concepción normativa del Estado según la cual este debe jugar un fuerte rol redistributivo, en el que, mediante herramientas como la adopción de impuestos progresivos, debe buscar eliminar o al menos alivianar las desigualdades moralmente arbitrarias, esto es, aquellas derivadas del factor suerte.

En tercer lugar, soy cívico-republicano en materia política debido a que, en contravía de las posiciones liberales más tradicionales, incluyendo la versión igualitarista, le doy gran importancia a la participación activa de la ciudadanía en el autogobierno colectivo, razón por la cual considero adecuado fortalecer los espacios y mecanismos de participación ciudadana en la vida pública de la sociedad. A mi juicio, la participación política ciudadana debe ser voluntaria, y no obligatoria, pero esto no me parece incompatible con fortalecer y promover espacios y mecanismos dirigidos a involucrar a las personas de manera activa en la vida democrática. En este sentido, creo que el poder del Estado no debe ser limitado únicamente a través de mecanismos horizontales de control como la separación de poderes, sino también de manera vertical a través del desarrollo de formas participativas de democracia.

El carácter limitado del voto como mecanismo de expresión de preferencias políticas

“Al votar no pronunciamos palabra alguna: es como si de pronto hiciéramos ruido. Como si arrojáramos piedras”, dice Roberto Gargarella. “Puede suceder, entonces, que hagamos un ruido enorme. Pero enseguida alguien puede preguntarse qué será lo que el pueblo ha querido decir. Las explicaciones no faltarán: políticos beneficiados o perjudicados se apresurarán a llenar el vacío de las palabras, dando su interpretación y sentido final a nuestros actos”. Los votos son piedras de papel que producen ruido, pero que no mandan un mensaje claro, que comunican poco.

Cierro esta columna refiriéndome a las implicaciones de la reflexión del profesor argentino citada en el párrafo precedente. En las democracias representativas contemporáneas, el voto es un mecanismo muy limitado de expresión de las preferencias políticas. Al votar por alguien, esa persona puede decir que cuenta con todo nuestro apoyo en todas sus propuestas y acciones. Pero eso no siempre es cierto, y de hecho es imposible saberlo, debido a que el voto, por su mismo diseño, no permite saber qué apoya y qué rechaza cada votante respecto de las personas a las que les da su voto. En esta elección, al igual que en todas, nuestros votos probablemente serán interpretados como respaldos totales por los candidatos que apoyemos, así en la mayoría de casos los votantes no queramos en realidad enviar ese mensaje.

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Como señalé al inicio, esta es la primera de dos columnas en las que presento las razones por las cuales voy a votar por Gustavo Petro y Francia Márquez en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. A quienes leyeron hasta aquí les pido un poco de paciencia, pues dejo mi argumentación abierta hasta complementarla la próxima semana con una explicación de las razones por las cuales creo que Petro y Márquez son la decisión más coherente con mi filosofía política, y sobre lo que, a mi juicio, implica apoyarles mediante un mecanismo de transmisión de preferencias políticas tan imperfecto como el voto.

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