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Las fechas conmemorativas son importantes. Nos permiten recordar, celebrar o denunciar hechos que han tenido importancia significativa en nuestras vidas. Celebramos los cumpleaños para exaltar la importancia de seguir vivos, de ver el sol un año más. Festejamos a nuestras madres y padres, conmemoramos también días que representan dolores, como aniversarios de muertes, usándolos como excusa para rememorar a quienes queremos.
El 25 de noviembre nos da la oportunidad de conmemorar un día en el que, debido a la muerte de tres hermanas, se hace visible y se pone sobre la agenda la importancia de juntarse alrededor de la eliminación de la violencia contra la mujer; también es el día en el que iniciamos una movilización de 16 días de activismo en contra ésta, buscando precisamente hablar del tema, hacernos conscientes, educar, incomodar y generar espacios donde se visibilicen los actos violentos que nosotras soportamos día a día, y formar aliados que, a partir de una introspección, puedan cambiar su manera de actuar e influir en su entorno violento.
Pero este no es un día para hablar únicamente entre nosotras. El contexto violento en el que crecemos y nos desarrollamos las mujeres solo es posible cambiarlo si invitamos a esta conversación a nuestros compañeros hombres. Ellos son indispensables en la reflexión, y de la modificación de sus comportamientos, depende el desmonte de un sistema que por años nos ha obligado a nosotras a vivir con miedo.
Los hombres, inclusive aquellos que no se consideran violentos, han crecido también en un entorno que los obliga, no solo a ser valientes, sino temerarios. A ellos, aun a los más sensibilizados con la problemática machista, les cuesta cuestionar conductas violentas de sus amigos, llamar la atención frente a un comentario cargado de violencia de género, no reírse y manifestar su descontento ante chistes que vulneran nuestros derechos y controvertir actitudes misóginas de sus amigos y familiares.
Los hombres han creado entre ellos una especie de clan, un pacto de validación, de legitimación, que no les permite poner en duda las acciones del otro, solo reconocerlas y aprobarlas, sin importar si su contenido es violento. Son amigos “pa’ las que sea”, en las buenas y en las malas, sin voz de la conciencia de por medio. Son amigos en la superficie, para las charlas, para los negocios, para la fiesta.
Y esa validación constante entre ellos nos sigue dejando a nosotras en una posición de desventaja. Muchas veces, nuestras voces femeninas no logran romper ese “pacto” y se nos hace complejo entrar en las cabezas de ellos, en sus pensamientos, y mostrarles cómo nos victimizan las acciones cotidianas.
Con este día y esta movilización, intentamos hacernos escuchar; crear incomodidad y por lo tanto reflexión; alzar la voz todas juntas, fuerte, alto y al mismo tiempo para que el mensaje llegue; contar nuestras historias, escuchar las de las compañeras víctimas, recordar a las que hoy no están y seguir en pie de lucha para que podamos vivir libres y felices, para que el miedo salga de nuestra realidad y para que estemos seguras tanto en la calle como en el interior de nuestras casas.
Necesitamos que nos escuchen las mujeres que hoy creen que esto no es con ellas, los hombres que son parte estructural del sistema y el Estado que no protege nuestros derechos como corresponde. Necesitamos que en cada mesa de un restaurante, en cada sala de cada casa, en cada oficina y en cada salón de clase se toque el tema, se haga visible y, por lo tanto, nos hagamos conscientes de la imperativa necesidad de parar este ciclo de violencias contra la mujer.
Entonces, amigo y amiga lector, le invito a sumarse a esta causa, a esta movilización mundial, a mirar de cerca nuestros sesgos para lograr su desmonte, a cambiar esto que es tan cultural y a imaginarnos un nuevo mundo donde el miedo no sea un invitado permanente en nuestras vidas.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/manuela-restrepo/