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En la columna de la semana pasada mencioné que no todas las personas estamos llamados a ser líderes en todos los ámbitos de nuestra existencia. El discurso de sobre exigencia que se nos impone pretende obligarnos a ser “gerentes” de la propia vida; a que “gestionemos” las emociones y a que seamos productivos en cada minuto del día. Llegamos a sentirnos mal si descansamos y sigue siendo una medida de “éxito” el estar “muy ocupado”; “carreriado”; “haciendo todo a mil”.

Ese liderazgo que se nos vende no es más que otra forma de auto-explotación; es el camino seguro a la frustración y a la angustia. Repensar las formas de liderazgo y proponer estilos de vida más solidarios son, apenas, puntos de partida para asumir la vida de manera más consciente. Las nuevas formas organizacionales, apuntaladas en la tecnología y la IA, necesitan liderazgos muy distintos a los de hace apenas un par de décadas.

Entonces, si los retos de liderazgo cambiaron, los de quienes hacen parte de los equipos también. Es decir, a quienes asumen con responsabilidad la tarea de liderar, se les está recomendando, cada vez más, que desarrollen aquello que denominan habilidades blandas: creatividad, comunicación, capacidad de delegación, inteligencia emocional, solidaridad… Son, en últimas, capacidades de relacionamiento más refinadas, menos autoritarias.

Por lo tanto, los equipos también están llamados a nuevos retos. Solo dos ejemplos: el teletrabajo nos está mostrando desde la pandemia que la jornada laboral se fragmenta, hacemos más cosas sueltas y, por lo tanto, perdemos fácil el sentido; esto implica reconstruir los métodos y las metodologías. Hoy, las organizaciones son cada vez espacios de mayor diversidad cultural e inclusión y son las personas que hacen parte de los equipos los responsables de aprender a relacionarse con pares distintos.

Ahora, el reto mayor para líderes y equipos es aprender a ser compasivos en el sentido más amplio. Si miramos en otras direcciones, nos daremos cuenta de que, tal vez, aquel que lidera se siente desbordado. A veces, los líderes no tienen espacio para ser vulnerables y expresar sus preocupaciones. Somos agudos en exigir coherencia y consistencia de quienes están al mando; pero, pocas veces nos detenemos con honestidad para tratar de comprender sus circunstancias. 

Ser compasivos es ser capaces de comprender que quién está liderando, sufre. Disponer todos los sentidos para asumir que, independiente del rol, los otros también padecen, gozan, se angustian, temen, se alegran. Insisto, como decía la semana pasada, que en nuestra época no necesitamos tantos súper humanos; pero, sí personas que desde lo cotidiano, en lo mínimo, acudamos a prácticas más solidarias y honestas.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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