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La política suele ser cuestión de relatos, más que de datos, y la élite negra colombiana ha sabido vender muy bien uno: que la situación de miseria en que viven buena parte de los afrocolombianos es una responsabilidad ajena a los líderes afro que los representan, pues en realidad la culpa recae en el resto del país, que supuestamente los ha sumido en el olvido.
Es decir, el relato de la élite negra de Colombia te habla del desdeño de Bogotá hacia la Costa Pacífica, de una codicia paisa que mantiene esta tierra en el abandono para nosotros poder hacer y deshacer, pero muy poco cuenta sobre la responsabilidad que tienen los mandatarios afro con el atraso de su pueblo y la malversación de los recursos públicos.
Tienen una vicepresidenta que aunque se vendió como Mujica, ahora está más preocupada por llevar una vida de lujo que por representar los intereses de los desposeídos. Hay curules afro en el Congreso y propiedad colectiva de la tierra (para protegerlos de la “malvada” propiedad privada) desde la ley 70 de 1993, sin mayor resultado a destacar. Una senadora histórica, Piedad Córdoba, descarada y abiertamente chavista. El alcalde de Quibdó es afro, la gobernadora (e) de Chocó es afro, el gobernador del Cauca es afro, el alcalde de Buenaventura es afro, el alcalde de Turbo es afro, ¿y sus resultados para sacar a su pueblo de la miseria? ¿Son responsabilidad de una opresión blancomestiza?
De ahí que el congresista Miguel Polo Polo sea una luz de esperanza y su elección como representante afro sea lo más revolucionario que ha pasado para los afrocolombianos en el siglo XXI. Porque aunque es mucho más conservador que mi gusto y en muchas de sus intervenciones denota falta de experiencia y madurez (apenas normales para un novato de 26 años), vino a poner el dedo sobre la llaga y a cuestionar ese relato de fracasomanía.
Polo Polo cuestiona el racismo progre, que salta a la luz cuando un negro no es útil a los intereses de la izquierda; cuestiona el modelo colectivo que ha llevado al Pacífico a la improductividad y aboga por la propiedad privada y el capital; cuestiona que los negros sean tratados condescendientemente como guardabosques de reservas a las que viajan ocasionalmente algunos aventureros del centro del país y busca el desarrollo del capital en esas regiones; señala lo estúpida de la obsesión con la desigualdad, que en realidad no mide nada porque entre dos ricos puede haber desigualdad y lo que realmente importa es combatir la pobreza; invita a los afros a ser ciudadanos, personas mayores, individuos capaces de tomar sus propias decisiones y de salir adelante con su talento lejos de la tutela de un Estado paternalista que los trata como niños, en definitiva, quiere sacar al pueblo negro del atraso feudal y llevarlos a la luz del capitalismo.
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