Políticos, utopía y engaño

Políticos, utopía y engaño

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Imaginar otro mundo es también hacerlo posible. El exceso de realidad entierra la ilusión. No es posible construir un nuevo lugar sin imaginarlo primero. El sueño de un mejor mundo requiere visualizar un futuro deseado, que no ocurre en la realidad, al que se quiere llegar. La imagen que construye Fernando Birri al respecto es muy elocuente: la utopía está en el horizonte, cuando uno camina tres pasos en su dirección, ella se aleja cuatro. ¿Para qué sirve entonces? Para eso, para caminar. Recorrer el camino que va a un mejor mundo es también estarlo creando.

La semana pasada Jorge Iván González —el profesor de la Universidad Nacional y ahora ex director del DNP — hablaba de la necesidad del pragmatismo para llegar a una mejor sociedad. Los proyectos políticos necesitan un horizonte al que dirigirse. Todos ellos en mayor o menor medida son aspiracionales. Prometen la llegada a un lugar soñado. Pero una cosa es la imaginación y otra el engaño. Algunos políticos utilizan la utopía para endulzar sus errores. Y entonces disfrazan su incapacidad para gobernar con arengas sobre la imposibilidad de la utopía en una sociedad mezquina en la que poderosos sectores se oponen al cambio.

Y no es que no haya resistencias. Cualquier proceso transformador tiene que luchar contra fuerzas reaccionarias con mucho poder. Pero los políticos personalistas — no es un oxímoron, aunque parezca en estos tiempos de política del espectáculo individual— sobredimensionan sus capacidades y encubren sus debilidades. El cuento que resulta es más o menos así: no es que aquel político haya hecho una mala administración, que esté concentrado en la perorata y muy poco con la gestión. ¡No! lo que ocurre es que hay una casta, un enemigo interno, un poder tradicional, una fuerza que impide que el cambio tenga lugar. La responsabilidad por la imposibilidad del cambio se traslada a ese objeto imaginario que sirve como chivo expiatorio.

En ese escenario la utopía — tan necesaria en los proyectos políticos transformadores— queda reducida a simple demagogia, a palabrería que esconde la debilidad para gobernar, para llegar a acuerdos, para conducir el cambio. La promesa de un mejor mundo se convierte en truco retórico.  Hay que quitarles la utopía a los políticos demagógicos encandilados con su propia imagen, obsesionados con la transcendencia personal, con ser líderes de galaxias.  Hay que devolvérsela a los proyectos colectivos que quieran caminar. Solo así estaremos más cerca de construir un mejor mundo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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