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Aunque los progres han sabido posar como adalides de la democracia, ahora que llegan al poder en diversas latitudes se han cansado quitado la máscara. Nos prometieron un mundo de pluralidad, con una ciudadanía activa y diversa, pero resultaron ser los mismos totalitarios de toda la vida que no soportan nada más allá de su verdad.
Ejemplo de ello fue la cancelación de la conferencia en la Universidad Javeriana del politólogo argentino Agustín Laje, reconocido por ser uno de los grandes difusores de lo que él ha llamado “la nueva derecha latinoamericana”. Les puede gustar o no el tipo, y no hay problema en ello, el lío está en la intención de callar su voz en un espacio que debería ser siempre abierto al debate. Por fortuna para Laje, la censura sobre él solo ha producido que llame más la atención y se disparen las ventas de sus libros.
También flaquea la diversidad progre a la hora de defender la libertad de prensa cuando el atacado es un medio de derecha, lo vivimos en las recientes marchas cuando atacaron la sede de RCN, un hecho inadmisible en una democracia contra cualquier medio de cualquier tendencia. Con la habilidad de un contorsionista, la progresía declaró admisibles estos ataques pues el medio afectado hace parte del “poder hegemónico”, tremenda selectividad a la hora de hablar de derechos.
Pasa igual con su supuesto antirracismo, antiaporofobia y feminismo, que les dura hasta que la persona cobijada por este manto protector se declara de derecha. Cuando eso pasa, se puede destilar odio puro del corazón del progre, porque en el fondo y a pesar de mucho posar, se creen en una posición de superioridad para decirle a un pobre, a un negro, a un indígena o a una mujer cómo deben pensar.
Los progres ganaron la partida, no admitirlo sería tapar el sol con el dedo, y hoy son la moda electoral en occidente. Sin embargo, al llegar al poder rápidamente se les cae el barniz y quedan expuestos en su incompetencia e incoherencia. Afortunadamente serán moda pasajera y la democracia liberal prevalecerá.
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