Petrocracia: la nueva élite parasitaria

Petrocracia: la nueva élite parasitaria

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En el contexto político y social colombiano, el ascenso del gobierno de Gustavo Petro ha traído consigo una transformación notable en la configuración de las élites y del ejercicio del poder en nuestro país. Más allá de las promesas de cambio y justicia social, lo que emerge con creciente claridad ante los ojos de los ciudadanos es un fenómeno que podría denominarse «Petrocracia»: un sistema de gobierno que, lejos de superar las viejas prácticas de clientelismo y corrupción, ha establecido una nueva élite parasitaria la cual se alimenta del poder y el privilegio que ofrecen las estructuras estatales.

Podríamos caracterizar la Petrocracia como la consolidación de una casta que no solo dispone del erario público, sino que, sobre todo, busca usufructuarlo en beneficio propio, y en detrimento del bienestar de toda una sociedad. Esta élite, que incluye a ministros, asesores, influenciadores y otras figuras públicas asociadas con el régimen, ha logrado construir en su mandato un entramado de intereses oscuros cuyos vasos comunicantes se aúnan a los de las casas políticas tradicionales y a las estructuras criminales ligadas al narcotráfico y a las economías ilegales.

Uno de los aspectos más preocupantes de esta Petrocracia es la notable ineficacia en la gestión pública. La administración Petro, mientras insiste en aprobar por las buenas o por las malas unas supuestas políticas de “cambio”, lo que ha demostrado es su incapacidad palmaria para gestionar asuntos tan sencillos como pagar la nómina de los funcionarios estatales. Este gobierno ha sido incapaz de ejercer transformaciones reales en las estructuras de poder en Colombia, pero ha destacado por sus grandes fracasos operativos y financieros, cuyo coletazo no ha sido otro que lacerar la ya fracturada economía del país.

Los ministros de Petro, por ejemplo, en lugar de ocupar sus cargos en función del mérito y la competencia técnica, parecen haber sido seleccionados principalmente por su lealtad política al caudillo o por su capacidad para operar como cajas de resonancia ante la narrativa hegemónica. Esto ha desembocado en una notable disminución en la calidad de la gestión pública, con decisiones que, entre otras cosas, buscan la satisfacción obsesiva de la permanencia en el poder.

Ahora bien, la consolidación de esta élite parasitaria bajo el gobierno de Gustavo Petro refleja la persistencia de patrones de corrupción y clientelismo que han caracterizado la política del país durante décadas. Y a pesar de la retórica que prometía una nueva Colombia, en la que se extirparían de tajo las raíces de la corrupción y el privilegio burocrático, lo que se está consolidando es una nueva clase social que utiliza el poder para destruir, corromper y enriquecer a sus alfiles. Tendríamos que decir entonces, para finalizar, que la Petrocracia no es sólo una forma de gobierno. Constituye ante todo una filosofía que sustenta su poder en la inercia, el estancamiento y en la promesa de un “cambio” que no llega. Esta nueva élite, con su discurso mesiánico y altisonante, ha logrado lo que parecía imposible: convertir la esperanza en una herramienta de opresión. ¿Cómo lo han hecho? Prometiendo el cielo y entregando migajas, creando una ilusión de progreso mientras el país se desangra.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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