Gustavo Petro llegó con la promesa de hacer un tren elevado entre Barranquilla y Buenaventura, pero el único tren que recibe su beneplácito parece ser el Tren de Aragua, la organización criminal transnacional con raíces venezolanas. Seguimos en la línea diplomática de ser parias del mundo pero no es un error del presidente, al contrario, hace parte de su plan de convertir lo malo en bueno.
Que son unos pobres muchachos incomprendidos, dice el mandatario, curiosa suavidad al expresarse, viniendo de la misma persona que no baja de “nazi” y “criminal de guerra” a cualquier opositor que lo cuestione. Para colmo, dice que la culpa es del bloqueo a Venezuela que supuestamente empobreció el país y dejó a millones de jóvenes sin nada. Claro, porque para él el colapso del vecino país jamás va a ser responsabilidad del chavismo que aún apoya y emula.
Además, eso no justifica nada. Cientos de miles de venezolanos salieron al exilio sin un peso en el bolsillo y se dedicaron a trabajar duro para reconstruir su vida, sin matar a nadie en el proceso. Pero ese es el punto, nos gobierna un tipo que trabaja todos los días, consistentemente, en hacer ver bueno al que delinque, en disculparlo. No es casualidad que en cada discurso exalte su pasado en una organización terrorista.
En cambio a la hora de referirse a sus opositores democráticos, o a empresarios y trabajadores que han conseguido honesta y duramente el éxito económico, está listo un amplio vocabulario de estigmatización. Para ellos está listo todo el aparato comunicativo del Estado para calificarlos como criminales y responsables de las peores desgracias.
Es su sueño, invertir los valores del país, porque así su vida pasará a ser recordada como la de un héroe hecho por las armas, y no como la de quien ha fracasado a la hora de crear riqueza y prosperidad para si mismo y para los demás.
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