Estoy optimista, creo que con la victoria electoral Petro quedó en el peor de los escenarios. Incluso probablemente él lo intuye, e intentará pasar el mayor número de reformas posibles bien al inicio de su mandato, antes de que la desaprobación ahogue su mandato.

El enemigo sobre el que construyó su relato está acabado, ni siquiera llegó a segunda vuelta y fue bastante celebrada la derrota del uribismo, no podrán ahora decir que sigue vivo. Incluso, aunque la bancada del Centro Democrático sigue siendo grande, no estará ni medianamente cerca de paralizar las propuestas del Gobierno. Muere así una gran excusa para el petrismo, no van a poder decir que la culpa de que salgan mal las cosas es de Uribe.

Tampoco podrán decir que en el país no hay democracia: no hubo fraude, los candidatos perdedores reconocieron la derrota, el actual gobierno empezó el empalme y no hubo golpe de Estado ni represión de grupos paramilitares.

Ahora el chicharrón lo tiene Petro, cumplir sus propuestas de un mundo de fantasía sin ningún obstáculo al cual echarle la culpa. En la política es crucial la gestión de las expectativas, y haber vendido el cielo en la tierra le resultará bastante caro. Tiene dos caminos, ambos espinosos: defraudar a sus electores y dejar atrás muchas de sus promesas; o intentar llevarlas a cabo haciendo maromas financieras que más pronto que tarde le pasarán factura.

En todo esto hay una oportunidad de oro, la oposición no será en el Congreso, no vendrá de la clase política, no será relevante desde el uribismo, tendrá que ser la ciudadanía. Es el momento para que resurja el pensamiento liberal y es el momento de Antioquia.