Escuchar artículo
|
Acudo a este título poco original porque se van acabando los adjetivos para describir las formas y el fondo del gobierno de Gustavo Petro. Desde la campaña de 2018 me han preocupado cosas que se han ido materializando, superando incluso, mis peores presagios. De este señor me separa una distancia importante en lo ideológico pero me separan todavía más las diferencias éticas y metodológicas.
En lo primero, para no repetir lo que ya tantos han dicho tantas veces, basta insistir en que ha estado dispuesto a todo con tal de obtener el poder, pasando por encima de las luchas de tantas personas en contra de esos clanes politiqueros que han llenado de mártires nuestros cementerios. Petro traicionó todo lo que predicó y hoy mal gobierna en medio de mares de corrupción aliado con personajes de la talla de Daniel Quintero.
La metodología de su liderazgo o más bien, la ausencia de esta, es la representación perfecta de la personalidad de un caudillo que, aunque hizo todo por obtener el poder, nunca ha sabido ni qué hacer con él ni cómo hacerlo. Su obsesión era ganar, no gobernar. Se enamoró de la historia de su vida sin detenerse demasiado a pensar en su legado real, se perdió en el símbolo.
Si se hubiera detenido a pensar en eso, no hubiera hecho una campaña llena de promesas imposibles de cumplir y no viviríamos en medio del show de la improvisación. Es realmente incómodo, por lo patético, ver cómo se tiran ideas disfrazadas de propuestas como si el gobierno empezara de cero todos los días, como si ya no hubiera pasado casi la mitad del periodo presidencial.
Como no existe una ruta clara por la que el presidente conduzca al país y le muestre avances, se necesita el ruido y el humo de la confrontación para desviar las miradas sobre el descomunal fracaso político y administrativo del proyecto. El presidente no es un líder capaz de poner un equipo a trabajar ordenado para lograr objetivos, es más, no es un líder para ejecutar, es un parlanchín con talento para movilizar algunos miembros de la sociedad.
El señor Carlos Carrillo, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd) que llegó a reemplazar Olmedo López, en medio del escándalo por el saqueo de la Unidad, ha dicho que ni siquiera tiene el teléfono del Presidente y que le gustaría hablar más con él. Sus palabras recuerdan las de ministros que pasaron por lo mismo. ¿Qué clase de jefe es este? ¿Como se da línea, se definen indicadores y se hace seguimiento en el gobierno colombiano? No es posible.
Infortunadamente uno de los temas en los que sí se ve un plan meticuloso que se ha venido siguiendo, es en el derrumbe, vía crisis, del sistema de salud. Los expertos coinciden en que se tienen que hacer muchos ajustes pero el gobierno, cegado en su ideología, ha decidido que no es mejorarlo sino destruirlo. Y lo está logrando. Entre otras, empleando métodos jurídicamente cuestionables con tintes de atropello y con cara de condenas millonarias para Colombia.
En contra de ese desgobierno, en contra de la improvisación y de la irresponsabilidad, en contra del regreso a los tiempos del Seguro Social, en contra de la destrucción de Ecopetrol, hay que movilizarse. En este punto ya no importa si el primero que convocó fue fulano o perano, si en la calle ese día hay personas con las que poco o nada se comparte ideológicamente, lo que importa es que el país, todos nosotros, está en un riesgo grave que exige la movilización y el debate. A marchar el 21 de abril.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/