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Celebraré cualquier avance que haga Petro hacia el fin de la guerra contra las drogas y no me parece menor que sea el Presidente de Colombia, el país que quizás ha sufrido las peores consecuencias de esta lucha, quien pida un cambio de visión en la materia. Aun así, considero que su posición frente al consumo no es para nada novedosa, liberal o de avanzada, sino por el contrario, bastante moralista.
Achacarle el consumo de sustancias psicoactivas a que las personas vivimos muy agobiadas por el capitalismo no es precisamente una postura abierta, pues implica que, si viviésemos en el paraíso socialista, o lo que sea que sueñe establecer Petro, estaríamos tan felices que jamás nos drogaríamos e incluso, por qué no, estaría totalmente prohibido.
Además, ignora que culturalmente hemos trazado líneas legales y morales carentes de lógica alguna entre las sustancias psicoactivas que hacen creer que buena parte de las personas no son consumidoras; sin embargo, tan psicoactivos son el café y el alcohol como la marihuana y la cocaína. Por ende, no hay pueblo humano exento del consumo, sin importar su situación política y económica.
Por otro lado, a pesar de su constante defensa de la ancestralidad y de la biodiversidad de nuestras regiones, su discurso ignora prácticas milenarias como el consumo del yagé, cuyo origen y significado ritual nada tiene que ver con los supuestos agobios que nos producen los mercados libres.
Las respuestas a una nueva visión de las políticas de drogas no se encontrarán en los juicios frente al consumo sino en la comprensión de su uso tanto para el hedonismo y la recreación, como para la introspección y la salud.
Una derecha liberal deberá defender un mercado de sustancias psicoactivas libre para los mayores de edad, con iniciativas privadas cuya competencia traiga innovación y buena calidad en los productos, y cuyos consumos que deriven en problemáticos sean atendidos desde la salud y no la represión Eso sí será un cambio de perspectiva.