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El petrismo odia muchas cosas: a los paisas, a los ricos, a los empresarios, a las matemáticas y a la economía, pero sobre todo, odia a las personas mayores. Cada que hay una marcha de la oposición, la gerontofobia de la izquierda sale a la luz y no hay discurso de la ancestralidad que la ataje.
Esa bronca no es gratuita, los zurdos han hecho un esfuerzo titánico por reescribir la historia del conflicto colombiano para ellos enmarcarse como héroes, sin embargo, hay un bastión que se les resiste y son los viejos, es que a ellos no se la cuentan, ellos la vivieron. Saben que, si bien Colombia no era Suiza, el país había salido del atolladero de ser un Estado fallido en las últimas décadas del siglo XX, que no es poco. Esa generación no se traga que los que hoy posan de palomas de la paz, fueron los lobos que ellos vieron cómo desangraban este país.
Mientras más canas pintan en el pelo, más escepticismo hacia Petro. No es de extrañar, pues aunque el gobierno se autodenomina como el cambio, en realidad presenta anticuadas recetas de antes de la caída del Muro de Berlín. Los adultos mayores de Colombia ya han visto cómo, con esos mismos cuentos, han colapsado países, han instaurado dictaduras y han sembrado miseria.
A los viejos no les tienen que explicar por qué no es bueno que el Estado administre la salud, a ellos les tocó el Seguro Social. Los viejos no se tragan el cuento de darle concesiones a los grupos criminales para que dejen de delinquir, a ellos les tocó el Caguán. Los viejos no copian de decrecimiento económico, ellos vivieron en carne propia lo maluco que era vivir en un país mucho más pobre que ahora.
El petrismo, con sus burlas, intenta invalidar que los adultos mayores sean ciudadanos, el grupo etario con más experiencia y sabiduría. Ya que a ellos les gusta tanto Cuba, le deberían pegar una repasada a José Martí, que decía que “Si hay algo que ennoblezca a la juventud, es el miramiento y el respeto a los ancianos”. Recuperar a Colombia de Gustavo Petro, pasa por borrar su legado de gerontofobia.
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