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Las marchas del pasado domingo en Colombia fueron un testimonio claro de la vitalidad de una sociedad que no claudica frente al embrujo populista y totalitario. Millones de colombianos salimos a las calles para manifestarnos pacíficamente en contra de las políticas que busca implementar el gobierno de Gustavo Petro, y cuya aprobación acarrearía la destrucción de la salud, la educación, el empleo y la economía del país. Así mismo, los colombianos alzamos nuestra voz contra la embestida de Petro a la división de poderes y al orden constitucional, y a su cada vez más explícito talante dictatorial que lo lleva a gobernar por decreto.

Estas movilizaciones masivas reflejaron la diversidad y la pluralidad de las voces de quienes, más allá de las diferentes cosmovisiones e ideologías, contemplamos con dolor el desmoronamiento del Estado de Derecho en Colombia. Jóvenes, padres y madres de familia, campesinos, trabajadores, estudiantes, todos caminamos en defensa del derecho a soñar, a tener un país con futuro, y porque nos resistimos a heredar a nuestros hijos las ruinas de una sociedad que, como Nerón, Petro quiere reducir a las cenizas.

Pero pese a los ríos de ciudadanos que corrían por las distintas calles del país, el talante totalitario, antidemocrático, de Gustavo Petro, y su soberbia, ese delirio mesiánico que constituye su enfermedad mortal, lo llevaron a responder a esta contundente expresión democrática burlándose de ella, y restándole importancia al acontecimiento, como lo ha hecho ya en otras ocasiones, y como seguramente lo seguirá haciendo, pues para Petro el pueblo sólo es pueblo cuando, como borregos, obedecen su llamado.

Por eso considero que, si queremos que exista un 2026, donde perviva aún la institucionalidad y la democracia en Colombia, y donde nuestro realidad no sea sólo de destrucción y muerte, todos aquellos ciudadanos que no estamos dispuestos a doblar la rodilla ante la tiranía, debemos pasar de la resistencia ejercida desde algunas instituciones y desde las calles, a la desobediencia, al rechazo abierto contra las decisiones y políticas del Gobierno de muerte que impuso sobre el país Gustavo Petro.

Existen muchas formas de la desobediencia. Quisiera dejar esbozada sólo una: el Paro Cívico Nacional. Distintos países en distintos momentos de su historia nos muestran cómo un paro nacional puede convertirse en un freno de mano contra un gobierno dictatorial. Francia, Grecia, Polonia, Perú, Ucrania, Chile son algunos ejemplos, en donde la acción de la ciudadanía, al escalar de la resistencia a la desobediencia, utilizando como mecanismo el paro nacional, lograron transformaciones significativas que han logrado defender como conquistas democráticas difíciles de arrebatar.

Esta misma experiencia histórica nos alecciona sobre aquello con lo que debe contar un paro cívico si quiere sacudir al poder en sus raíces: en primer lugar, necesita una participación masiva y el apoyo de diversos sectores, incluyendo trabajadores, estudiantes, empresarios y grupos sociales diversos, logrando de esta forma fuerza y representatividad. Así mismo, deberá resistir en el tiempo, ejerciendo una presión constante sobre las distintas instituciones del Estado. Su influencia debe, por último, trascender también las fronteras nacionales, buscando generar impacto en la comunidad internacional, despojando a Petro de su máscara de “líder mundial”, y mostrando el verdadero rostro de un autócrata enfermo de vanidad y poder.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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