Para gritar, grita cualquiera 

El asesinato de Miguel Uribe Turbay nos recordó —como si fuera posible olvidarlo— que vivimos en un país violento donde es peligroso ser un líder político.

Decir y pensar diferente es un riesgo para la vida.

Pero lo olvidamos, o lo normalizamos, porque les pasa a otros que están muy lejos, o que son menos famosos y no llegan a los titulares de prensa: en lo que va de 2025 han asesinado a 97 líderes sociales y defensores de Derechos Humanos. La cuenta de Indepaz, desde 2016, llega a los 1.801.

Pero los números no duelen.

Por eso el asesinato de un personaje público, aspirante a la presidencia, de la capital, hijo de una prestigiosa familia, en el que además se repite una historia (su mamá fue asesinada cuando él tenía la misma edad que tiene el hijo que deja: cuatro años) tiene que movernos como sociedad a hacer lo que tenemos que hacer: rechazar la violencia.

Es terrible que lo hayan asesinado. Es terrible que un líder, independientemente del bando político, sea acallado a bala.

Pero rechazar la violencia no es suficiente.

Qué estamos haciendo como sociedad para que esto no suceda.

Qué vamos a hacer.

Por supuesto que  no es lo mismo empuñar las armas que empuñar las palabras, que no tienen el mismo efecto. Pero en el lenguaje sí empiezan muchas violencias, y nuestro lenguaje por estos días, respaldados en una pantalla que nos esconde, sí que se siente cada vez más belicoso.

Se escucha mucho: hay que desescalar el lenguaje.

Pero que lo desescale el otro, no yo, yo sí tengo derecho a alzar la voz. Los belicosos son los demás que no piensan como yo.

Y los primeros que deberían dar ejemplo son los líderes de este país. Sus palabras son peligrosas porque no sabemos a quiénes les llegan y cómo les llegan y qué desencadenan. En una sociedad donde la violencia ha estado siempre, que no se ha ido, y en las divisiones y polarizaciones actuales, agitar es peligroso. Es atizar el fuego que ya está prendido.

Los dos grandes ejemplos son Petro y Uribe. A los dos se les olvidan sus cargos y lo que ellos significan —lo que sus palabras significan— para tantas personas.  Pero parece que valen más sus intenciones políticas, al costo que sea, y echarle la culpa al otro: todo es culpa de su opositor.

Traigo las palabras de Uribe a Santos, y no solo por el tonito: “No sea hipócrita que usted le devolvió el narcotráfico y el poder de asesinar a los criminales. No llore por Miguel que Ud tiene bastante culpa…”. Todavía no me queda claro por qué seguimos cuestionando los Acuerdos de Paz —o bueno, sí, porque la salida para muchos a la guerra es la guerra, y por eso primero el no en el plebiscito y luego el no apoyo del gobierno que siguió—. Pero sobre todo es esto de que peleemos entre todos y busquemos el culpable —que nunca es yo o nosotros.

Cuando la culpa es una seguidilla de gobernantes (que no se nos olvide que este es el primer presidente de izquierda, pero que antes de él todos han sido de derecha) que no han hecho bien su trabajo, que se han ocupado de una parte de la población (la de mejores condiciones), que no han invertido en educación, en salud, en cultura, en trabajo, en lo social… Y justo el ejemplo está en el asesinato de Miguel Uribe: si un joven dispara un arma, pues esa es la sociedad que hemos construido: una sin oportunidades, para empezar la lista.

Por eso el rechazo a este asesinato, la indignación que sentimos, el zimbronón que nos da sobre lo que no hemos dejado de ser, tiene que volvernos más críticos y no más beligerantes sobre la diferencia de ideas.

Quizá la moda actual de los políticos es esa: ser peleones y escandalosos y populistas para dar de qué hablar sin importar de lo que hablen, pero que se vuelvan trending y los terminen eligiendo porque se saben vender. Ejemplos ya hay varios en el mundo. Y ahí es cuando, como sociedad, tenemos que sacar la inteligencia: necesitamos líderes que estén preparados para gobernar.

Para gritar, grita cualquiera.

Las palabras sí tienen poder. Y en este país han matado a muchos por decir (o porque alguien dijo algo: ese hijueputa guerrillero, ese hijueputa paraco).

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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