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Carmen Mendivil

Para comprobar que somos mortales

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"Por otro lado, los colegas hombres parece que necesitan recordar la mortalidad cada tanto, porque no se dan cuenta de su condición finita. A la masculinidad la enseñaron a sentirse inmortal, invencible."

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La relación de las mujeres con la sangre es única. Las mujeres biológicas (porque hay otras que no lo son por biología, pero siempre igualmente bienvenidas) vemos cómo la sangre sale todos los meses de nuestro útero. No es fácil aprender a vivir con eso. Vivir sangrando ya es de por sí una forma de hacernos sentir mortales. Las condenadas por el sacrilegio de tentar a Adán a probar del árbol sagrado lo pagamos con el dolor que retuerce, incapacita, disminuye.  No hay momento más vulnerable para una mujer que en medio de su padecimiento menstrual. Ya hay algunas iniciativas en legislación de aquí y de allá que proponen conceder permisos especiales a mujeres en época menstrual, tanto en instituciones educativas como en los empleos, por la disminución en las condiciones físicas que implica sangrar hasta ocho días seguidos, acompañado además con cólicos. Y todo esto no es para despertar lástima de los colegas masculinos, o al menos de aquellos hombres biológicos, no. Ya hemos lidiado toda la historia, primero escondiendo el hecho, luego intentando convencer de que la menarquia no significa que tenemos disposición inmediata de parir, ni tampoco que se considere la menstruación como una impureza que hay que alejar mientras pasa, como ocurre en algunas culturas indígenas y occidentalizadas que intentan depurar a las mujeres durante su ciclo. 

La menstruación también ha sido ritualizada y reivindicada por algunas iniciativas de mujeres como parte de la conexión con el mundo terrenal y espiritual. Entender que la sangre fluye en el cuerpo como, por ejemplo, conectar el hecho de que, por coincidencia, el ciclo lunar dure lo mismo que el ciclo menstrual. Las mujeres vemos la sangre como parte de nuestra existencia, la respetamos porque nos recuerda que somos mortales tanto como quienes nos rodean. Esa conexión con la sangre podría suponer que las mujeres con cada menstruación aprendemos a valorar la vida. Podría pensarse que sangrar al menos 50 días al año nos convence de que somos terrenales. 

Pero la historia que se cuenta de las mujeres en ninguna parte se asocia con el hecho de sangrar. Nunca nos contaron que la Bella Durmiente, por ejemplo, manchara de sangre su cama por permanecer tanto tiempo acostada sin usar una toalla “Buenas noches”. El otro extremo ha sido purificar a las mujeres, idealizar su cuerpo, sin dolor, sin la sangre que fluye fuera de ella. La representación del cuerpo de la mujer como puro se construyó y nos la hemos pasado luchando contra esa idea. Increíble que todavía tengamos que seguir reclamando el derecho a decidir sobre la interrupción voluntaria del embarazo, y en el congreso y en la Corte se rasgan las vestiduras para declarar si el aborto es legal o no. Así como hasta hace poco los comerciales de toallas sanitarias simulaban la sangre con un líquido color azul, el color que se asocia con la realeza, suponiendo entonces que todas ellas son unas princesas, unos ángeles que enamoran, seducen y acompañan en el amor siempre masculino, para atenderlo y agrandar la descendencia sin reparos. Unas diosas inmortales. 

Por otro lado, los colegas hombres parece que necesitan recordar la mortalidad cada tanto, porque no se dan cuenta de su condición finita. A la masculinidad la enseñaron a sentirse inmortal, invencible. Para que no se deliquen unos, me refiero a la masculinidad como la construcción idealizada del ser hombre, lo que no implica que todos efectivamente lo sean, a pesar de que, para algunos, la tentación de la presión de grupo la mayoría de veces gana la batalla. Hecha la aclaración retomamos.

Se es tan hombre en la medida en que se es inquebrantable. Les han enseñado que a los golpes pueden sacar la sangre del cuerpo y ver con sus propios ojos qué sale de debajo de la piel cuando el puño la quiebra, porque no están acostumbrados a la sangre, se alejan de ella, no la ven tanto como nosotras. Es una explicación para entender por qué la masculinidad se acostumbró a la violencia, no se me ocurre otra la verdad. En esa convencida de seres superiores los hombres no se pudieron poner de acuerdo nunca y estallaron en guerras, todo esto como la fórmula perfecta para ajusticiar, convencer de que su idea es la que debe ganar, porque el ego de cada parte era cada vez más grande y con ello crearon las armas necesarias para sacarse la sangre por todos lados. 

Eso también incluye a su relación con las mujeres.  Hubo que acomodar leyes para defenderlas, para decirles a los hombres violentos que maltratarlas, violarlas y asesinarlas es un delito, y hasta declarar un día de la No Violencia Contra las Mujeres que se conmemora mañana y todos los 25 de noviembre, porque a las mujeres les siguen sacando la sangre de forma no natural y sin preguntar, moliéndolas a golpes hasta la muerte. Mientras que las mujeres, incluyendo las más aguerridas en el trayecto de toda la historia, hemos entendido nuestra limitación vital y elegimos reivindicar la palabra antes que extraer con violencia la necesidad de sentirnos superiores, preferimos otras vías menos sangrientas, porque ya entendemos el mensaje de la sangre en el cuerpo. 

¿Será que cuando la masculinidad, en cuerpo de hombres violentos, se da cuenta de que no somos las princesas ni las diosas inmortales que siempre les enseñaron, cuando en su camino alguna le llevó la contraria porque estuvo en su pleno derecho a decidir, entonces necesitan sacar con golpes la sangre de nuestros cuerpos, solo para comprobar que somos mortales? 

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