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“La poesía no es un lujo. Es una necesidad vital de nuestra existencia. Forma la cualidad de luz dentro de la cual predicamos nuestras esperanzas y sueños hacia la supervivencia y el cambio, primero convertida en lenguaje, luego en idea, luego en una acción más tangible. La poesía es la forma en que ayudamos a dar nombre a lo sin nombre para que pueda ser pensado. Los horizontes más lejanos de nuestras esperanzas y miedos están empoderados por nuestros poemas, tallados en la roca de las experiencias de nuestra vida cotidianda.” 

Audre Lorde

No me acuerdo a qué edad aprendí a leer, pero sí me acuerdo de haber aprendido a escribir mi nombre porque mi mamá me enseñó con marcadores de tablero, que usamos para escribir “Salomé” en la vidriera del apartamento en el que vivíamos. También me acuerdo de que las personas que me inculcaron la lectura. Mis papás que me leían un cuento antes de dormir todas las noches, y mi abuela. Ir a pasar el fin de semana donde ella era todo un acontecimiento para mi. Por la noche siempre hacíamos sopa de tomate, y en la mañana nos levantábamos y hacíamos pancakes con manzanas caramelizadas y canela. Desayunábamos en el patio, escuchando a los pajaritos mientras leíamos el libro del momento. Leíamos y leíamos, y hablábamos de lo que leíamos. Mi abuela me contaba de diferentes obras, y me acuerdo de una explicación bastante profunda y detallada de El país de la canela por William Ospina, que surgió porque ese día las manzanas nos habían quedado particularmente caneludas

Me di cuenta hace muy poco que siempre he escrito. Tenía muchísimos diarios cuando era una niña, y escribía de mis sueños de ser cantante, del niño que me gustara en ese momento, y me desahogaba por las peleas con mi mamá. Cuando supe que Anne Frank escribía su diario en forma de cartas a su amiga imaginaria yo empecé a hacer lo mismo. Luego, empecé a llenar esos mismos cuadernos con canciones, en inglés o en español, imaginándome cuando una disquera me fuera a pedir que las grabara. Escribí canciones por todo. Cuando me sentía sola, cuando me hicieron daño y también cuando la agresora fui yo, cuando me enamoré por primera vez, cuando mi hermano casi se murió. Una vez soñé con una melodía y lo primero que hice en la mañana fue intentar tocarla en la guitarra, y ponerle palabras al coro. También escribí cuentos, y se los mostré a mi profesora favorita, quien me dijo, en sexto, que yo iba a ser una escritora. Pero nunca pensé que fuera lo suficiente buena para serlo. 

He notado que a las humanidades siempre se las desacredita, nadie entiende cómo pueden ser aplicables al mundo de hoy. Luego de que las personas saben que estudio Historia y Ciencias políticas siempre me preguntan, “¿Y donde vas a trabajar?” o “¿Eso para qué sirve en el mundo real?”. Como si estudiar la misma escencia de la política y las estructuras que rigen nuestras sociedades, como si estudiar la manera en la que llegamos a la actualidad, no fuera del mundo “real.” Como si no fuera necesario. Si esto es lo que me pasa a mí, que por lo menos mi título universitario es técnicamente una “Ciencia”, no me puedo imaginar por lo que pasan las personas que escriben como profesión y que aún no han tenido una novela besteller. Porque hemos perdido, como colectivo, la habilidad de ver el valor en las palabras. De reconocer que la mayoría de las veces se necesita de las supuestas carreras y habilidades “blandas” en el día a día. No reconocemos que las humanidades son aplicables a todo. No reconocemos tampoco que las palabras son la base misma de todo a nuestro alrededor, y que más que saber escribir con la ortografía, gramática y morfología anticuada de la Real Academia Española, es una desembocadura de sentimientos, ilusiones y miedo. Como decía la feminista Audre Lorde, “Es a través de la poesía que nombramos a aquellas ideas que no tienen nombre, hasta que el poema es escrito.” Y la poesía es solo una de las maneras de organizar nuestras palabras. 

Algo que he aprendido es que las palabras no son solo eso. Las palabras son la manera en la que me puedo comunicar de manera más efectiva, porque para las personas tan impulsivas y emocionales como yo, es necesaria la posibilidad de borrar, leer en voz alta una y otra vez, y corregir lo que no nos guste. Hoy confío en ellas para poderme comunicar con asertividad, sin llorar, sin rabia. Cuando tengo algo en el fondo de mi garganta que no puedo expresar hablando, lo escribo. Y en las cartas, que alguna vez le escribí a mi amiga imaginaria y que hoy les escribo a quienes debo transmitirles un mensaje, encuentro una confianza que no encuentro en nada más. Sin haber tenido las mañanas de fin de semana donde mi abuela, y una familia que me inculcara la lectura empedernida no hubiera podido encontrar la confianza en las palabras y el apoyo en las letras. Les deseo ese sentimiento de confidencialidad e intimidad, aunque sé que muy pocas personas se van a dar la oportunidad de experimentarlo.

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