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Para escuchar leyendo: No hay cama pa’ tanta gente, El Gran Combo de Puerto Rico.

Seguro a usted también le pasa. En Colombia nos enteramos de la existencia de un congresista cuando escuchamos su nombre en algún escándalo o alguna denuncia.

Esta semana, con las confesiones de Olmedo López y sus cómplices en el lamentable caso de la UNGRD, me sentí decepcionado no solamente por ver en nuevos líderes las mismas prácticas de siempre, sino también por la cantidad excesiva de congresistas que solo asoman cabeza cuando deben agacharla.

Hagamos cuentas; entre las dos cámaras, el Congreso de la República está compuesto por 296 miembros, de los cuales 108 están en el Senado y los restantes 188 en la Cámara de Representantes. El primer grupo recibe, cada uno, un salario base mensual de $43,418,537 sin contar prestaciones sociales y otros beneficios a los que tienen derecho. El segundo grupo tiene, también como base, un salario mensual de $40,418,537. Sumemos a esto, querido o querida lectora, los costos por los miembros de sus esquemas de seguridad y las Unidades de Trabajo Legislativo. Vamos a ver ¿De veras nos parece normal el excesivo número de congresistas, la excesiva carga salarial, prestacional y de beneficios y la corrupción imperante en gran número de ellos?

La cantidad de leyes, de debates de control y de agenda pública que el Congreso cada año entrega al País es sencillamente desigual frente al altísimo costo que nos representa a los colombianos. La confianza en esta institución está por los suelos y la funcionalidad que los ciudadanos ven en ella es prácticamente ninguna.

La concepción de la política como sinónimo de algo malo se fundamenta en instituciones encerradas en sí mismas, incapaces de entender y de aceptar lo que la gente les reclama, sentadas encima de un trono que no les permita siquiera oír el clamor popular.

La reducción de las curules en ambas cámaras es solo uno de los pasos que debe dar nuestro Sistema Político para reencontrar la confianza ciudadana y poder entregar resultados. Podemos dar el debate frente a muchas otras realidades de nuestro Congreso, como el papel de gestión de los congresistas frente a proyectos del Ejecutivo para sus regiones, en muchas ocasiones el primer eslabón de las cadenas de corrupción. También la obligatoriedad en la asistencia a las sesiones, la descentralización de la agenda legislativa, la objetividad frente al control político, la rigurosidad en la producción y revisión de leyes y reformas que le hagan la vida más fácil, más llevadera y bonita a cada ciudadano.

El Congreso no puede seguir desconectado de la realidad nacional y ser solo noticia cuando uno de sus miembros está implicado en un caso de corrupción.

Si saliéramos a la calle, estoy convencido de una realidad categórica, no encontraríamos cinco ciudadanos que nos dijeran el nombre de cinco congresistas actuales. Sin embargo, a cada uno de esos ciudadanos, a cada uno de nosotros, nos cobran los impuestos que financian la estructura de un Congreso que muchos solo conocen por televisión.

El Congreso debe ser un espacio de representación de los ciudadanos, nunca un dolor de cabeza. Seguro a usted también le pasa, y como yo piensa ¿Pa’ qué tantos congresistas?

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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