“La vida del colombiano es la lucha del hombre contra el paisa», dicen en broma en varias regiones del país. Pero las verdades más ciertas suelen decirse molestando, y es un hecho que Medellín y Antioquia tienen la mejor marca de toda Colombia: la ciudad que renació del pasado violento del narcotráfico, la de la cultura trabajadora que se ve reflejada en sus empresas, la ciudad mejor gobernada del país, la ciudad donde se articula a la perfección el empresariado con el Estado. Hasta nos hemos ganado el apelativo de la “ciudad más innovadora del mundo”, lo que sea que signifique ese cuento hippie.
También hay hechos tangibles que respaldan esta fama. Bancolombia, Argos, Nutresa y Sura están entre las compañías con mejor reputación del país. Somos la primera y única ciudad con Metro y tenemos una relación de positivismo tóxico con este hecho. Tenemos a EPM, una fuente de orgullo para la ciudad cuando se compara con otras empresas de servicios públicos de la misma naturaleza, y una fuente de ingresos recurrentes para el municipio que hace que la imagen favorable de los alcaldes de turno sea casi invencible. Tres de los candidatos con chances reales a ser presidentes en 2022 son antioqueños, dos de ellos exalcaldes de la ciudad, al igual que el personaje que ha marcado el devenir político de este país desde 2002.
Pero hablar de este “Modelo Medellín” está trillado. Personalmente, me tiene cansado. Porque que a muchos paisas se les erice la piel leyendo los últimos dos párrafos se ha vuelto un problema: Medellín se la creyó. Se creyó blindada y no lo está: su modelo está enfermo.
La noticia de la semana es la oferta de los Gilinski por Nutresa. No voy a jugar a ser gurú financiero, no sé si el precio ofertado está por encima o por debajo de lo que puede valer la compañía, no sé si Protección está obligado a aceptar la oferta y no sé si los Gilinski cumplirán o no con su propósito (aunque no tengo pruebas ni dudas de que se buscará la forma de que no lo logren). Pero el cubrimiento que se la da al tema sí revela muchas cosas del mito antioqueño, como lo dejó muy claro El Colombiano en su cubrimiento al respecto: “Ese conglomerado (el GEA), además, ha demostrado tener un alto componente cívico en sus acciones y se ha preocupado por contribuir al desarrollo de Antioquia, no solo en cuanto a progreso industrial, sino también desde el punto de vista educativo y social. De cierta manera, más que un capitalismo salvaje, aplican un capitalismo, si se quiere, consciente.”
Y es que el tema de Gilinski y Nutresa no es ni podrá ser una mera transacción financiera. Va mucho más allá. Es una vieja enemistad tratando de entrar por la fuerza a una estructura que se construyó precisamente para que nadie por fuera de Antioquia pudiera entrar. Y son estas mismas empresas las que han tenido todo qué ver con la construcción del Modelo Medellín, las que han jalonado el crecimiento de la ciudad involucrándose en lo público, las que de alguna forma acaban dando el visto bueno sobre quién y cómo gobernar la ciudad y la región.
Por esto es que los empresarios paisas todavía no han podido recuperarse del golpe que significó la elección del alcalde Daniel Quintero. Un candidato que hizo campaña frontalmente contra ellos y sus logros.
Hoy en día, en la alcaldía de Medellín, el empresariado no solamente no tiene la más mínima influencia, sino que además recibe diariamente ataques frontales: el desconocimiento de los antiguos miembros de junta de EPM y Ruta N, la guerra frontal contra los Contratistas de Hidroituango, el desalojamiento de Comfama del Edificio Vásquez, y los tuits en los que el alcalde se atreve a llamar por su nombre al GEA, el mito que se supone no existe. Tan frontal es la guerra actual en la ciudad que Quintero se está inventando Promedellín, la competencia de muy muy muy bajo presupuesto de Proantioquia.
Pero la alcaldía de Quintero no es el problema. Es más bien un síntoma bien serio de una enfermedad: Quintero en realidad era el MEJOR candidato en las elecciones de 2019, el del mejor discurso, el único con identidad clara. La falta de liderazgos fuertes que aspiraran a continuar el “Modelo Medellín” fue escalofriante en 2019, tanto así que quien ganó no tuvo la más mínima dubitación para empezar a romperlo.
Y las fisuras no paran en lo político. Medellín está viviendo más del pasado reciente que del presente. Pregona ser la “ciudad más innovadora del mundo”, pero en la era de las startups – un mundo en el que por su densidad empresarial Medellín tenía todo para ser el hub de América Latina – Bogotá le gana por goleada. En los últimos 5 años, EPM no ha hecho titulares por cosas buenas, sino por un problema que involucra a todo el país: Hidroituango. Tanto que desde Bogotá los medios se burlan del orgullo paisa, y desde los entes de control aprovechan para sacar del juego a las figuras políticas antioqueñas merecidas que les han quitado canchas por años las familias de bien cachacas.
Medellín está quedando con más marca que con ciudad. Hoy, la reacción de quienes han estado involucrados a través de los años en la construcción de la ciudad, parece ser más de negar que tengan sus intereses en ella que de involucrarse frontalmente. Las élites empresariales quieren estar en todas las decisiones, pero no quieren figurar. Merecidos, pero solapados. Nadie parece estar dispuesto a irse de frente por ese modelo, y tampoco hay luces de que haya quienes estén aspirando a pasar la página e inventarse algo nuevo. La decisión parece ser mantener la inercia y seguir viviendo de las viejas glorias.
De pronto el timing de la decisión de Gilinski no es coincidencia. De pronto es que ha estado leyendo mucho la prensa antioqueña.