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Abro los ojos, y sus ojos abren. Me miran, rodeados de canas, se alegran de verme. Nos vemos, sus huellas se apoyan en mi pecho y sus orejas se trasladan lo más atrás que pueden para que pueda aterrizar, entre ellas, un beso.
Una vez leí que cuando los perros sueñan recuerdan fragmentos de su día, es decir, la silla, el parque, la pelota y yo. Yo, que soy su cuidadora, porque dueña de su ser nunca he sido; yo, que demuestro mi amor al dejarlos dormir a diario conmigo, rascándoles la barriga, comprándole juguetes nuevos. Yo, que juro que ellos lo entienden.
Me gustaría poder comprender el vínculo que nos une con nuestras mascotas, iniciando con el simple hecho de que estemos vinculados. Abro los ojos, miro a mis perros y sé, sin mucho fundamento, que me aman también; afirmo eso, incluso cuando me estoy refiriendo a un ser que no entiende mi lengua, que su vida, sus prioridades, sus necesidades y su felicidad es tan distinta a la mía.
En 6 años no he cambiado mucho, tal vez un poco, pero nunca tanto como mi perro. En 6 años yo maduré, en 6 años ella empezó a motearse de blanco y a preferir recostarse en el sofá que perseguir la pelota. Cuando la veo, sé que ella me está viendo, cuando la beso, sé que ella entiende que está siendo besada; entonces con su lengua me da piquitos, y sin entender mucho sobre el mundo de la otra, nos damos y decimos todo.
¿Cuánta vida nos dará la vida para amarnos?, ¿cuántas croquetas de pollo y peluches de lana hay en aquel intermedio? Solo espero que sean muchas, aunque nunca se sabrá a ciencia cierta. Tal vez tenemos los besos y los paseos contados, pero su nariz fría será por siempre la historia de amor más linda del mundo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/