Cada vez siento más cierto eso de que cada pueblo se merece el gobernante que tiene. No solo por lo obvio, que lo elige, sino porque lo representa, encarna los valores mayoritarios, los deseos de las multitudes, las pasiones de las masas, el intelecto y la educación que un país haya sido capaz de alcanzar y las frustraciones de todo lo que no ha alcanzado.

Ante las urnas no se presentan análisis económicos o políticos, ante el tarjetón se posan historias, gente que con su lapicero vota con su vida, con sus miedos, con sus logros, lo acompañan a votar sus padres, sus maestros, sus hijos, su jefe, su credo, sus amigos, su infancia o su vejez. Uno toma esa decisión con junta directiva. Aún cuando el voto sea secreto, en nuestra cabeza están todas esas personas que no queremos traicionar, todas las que queremos traicionar, todo lo que aspiramos ser, todo lo que no creemos poder alcanzar.

Uno vota con autobiografía, uno vota con lealtades, con linaje, con tribu.

Ninguna campaña cambia la opinión, solo logra o no recoger sentimientos colectivos. Y gana el que mejor los lea, no el que mejor sume, reste, multiplique o divida.

Si gana el discurso del cambio, es que la gente quiere cambiar, si gana el miedo es qué hay temor, si gana la esperanza es qué hay resiliencia, si gana el antisistema es que estamos mamados del sistema. Suena simple y no lo es tanto, votamos con lo que nos habita adentro y eso no es menor.

No ganan candidatos, gana lo que de nosotros se refleja en ellos.  Si ganan con corrupción es que somos corruptos, si ganan con armas es que somos violentos, si ganan con ideas es que somos educados, si ganan con plata es que somos vendidos, si ganan con mentiras es que somos ingenuos, pobres de mente o mentirosos, si ganan con tamales es que tenemos hambre.

Gana lo que somos mayoritariamente.

Si no nos vemos reflejados en los resultados que hoy vemos puede ser que tengamos demasiados privilegios que nos nublan lo que pasa fuera de nuestras ventanas o que o somos tan excluidos que difícilmente nuestras necesidades las verán las mayorías.

Ayer votaron las emociones de un país, tratar de ver los resultados de esa manera nos puede hacer menos prejuiciosos, mas atentos a lo que hay tras los tarjetones, entendernos como conciudadanos.

Si nos gusta lo que vemos después del conteo también podemos atender esa alegría y escarbar que es lo que nos alegra, ¿es porque ganó alguien que conoces? ¿o que tus ideas tienen representación? ¿o que cuidaste la democracia? Realmente ¿Qué nos alegra? Pero sobre todo que esperamos que pase con ese triunfo o esa derrota. ¿Cómo cambiara nuestra vida? ¿Qué decisiones adicionales te invita a tomar? ¿Cómo vas a seguir ejerciendo tus derechos ciudadanos para cuidar esos resultados?

A la democracia hay que cuidarla y siempre votar, pero a las emociones hay que atenderlas y comprender que son las dueñas de esa elección. Por eso hoy sea cual sea el resultado para cada uno, es importante que ni el exceso de alegría ni la horrible frustración, nos separe de los otros.

Que no queden heridas después de las contiendas, sobre todo las que están por llegar donde se vuelven mas briosas las emociones. Pase lo que pase este país se construye con todos, ya dijimos que nos gusta, pero si no es lo que gana, entendamos, construyamos con eso, encontremos la posibilidad siempre.

Sin duda somos capaces de encontrar lo que nos une, algo por mas mínimo que parezca es siempre el principio de un país pacifico, abundante y diverso, donde todos quepamos.

Encontremos eso, esa idea, esa coincidencia, ese pequeño parecido con el que en principio no nos podríamos relacionar por la aparente diferencia.

Que lo que nos merezcamos de gobernantes sea eso, alguno o alguna que construya en la diferencia. Que nuestro merecido sea el resultado de habernos reconciliado como país.

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