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Manuela Restrepo

Nuestro lugar

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No conozco una sola mujer en Medellín que no haya sido violentada, agredida o acosada por lo menos una vez en su vida.

Suelo tener esta conversación con amigas y mujeres cercanas. La mayoría de nosotras tenemos muy presente ese, o esos momentos que nos hicieron sentir vulnerables, donde vimos nuestra integridad aporreada o tuvimos miedo de la situación en la que nos encontrábamos.

Otras no lo tienen tan claro, pero bastan un par de ejemplos de lo que normalmente nos pasa para que llegue a su memoria ese momento bloqueado.

Mis primeros recuerdos al respecto son de cuando tenía más o menos 10 años. Había un vecino en el edificio donde un vivía, un hombre de unos treinta y tantos años que cada vez que me veía y mi papá o mi mamá no se podían dar cuenta, me miraba a los ojos y con su lengua repasaba todos sus labios. Se saboreaba mi inocencia.

También por esa época, me regalaron un vestido corto de flores verdes. Un vestido que yo me soñaba. El día que me lo estrené, en la calle, un hombre mayor cuya cara no recuerdo, metió sus manos por debajo de él y tocó todo lo que pudo. Me sentí culpable, nunca se lo conté a mis papás.

Estas fueron las primeras veces que tuve miedo. Ahí conocí el temor de ser mujer y de vivir en una ciudad donde pocas veces estamos seguras.

El miedo no se ha ido.

El informe de Medellín como Vamos dice que 1 de cada 3 mujeres le teme a salir de noche. Yo soy una de ellas. Le tengo pánico a montarme en un taxi sola y cada vez que lo hago le mando a una amiga el número de la placa. Me da pavor salir a trotar sola, no me gusta pasar por cuadras donde veo a muchos hombres reunidos y cuando monto en transporte público intento hacerme en alguna parte donde me proteja o por delante o por detrás.

Las mujeres habitamos la ciudad con miedo y esto no es nuevo. Sin embargo, lo que más desconsuelo me causa es que este mismo informe dice que en el 2021 se presentaron en Medellín las cifras más altas de denuncias por violencia intrafamiliar, agresiones y maltrato de la pareja de los últimos seis años, aumentando estas más de un 200%. Entonces, si nos resguardábamos en nuestras casas huyendo del miedo que nos produce la calle, pues resulta que estas tampoco son un lugar seguro.

¿Cuál es entonces nuestro lugar? ¿Dónde podemos vivir, desarrollarnos, divertirnos tranquilamente sin pensar en que nos van a tocar, nos van a violar o nos van a matar? ¿Dónde podemos hablar sin miedo a que un golpe sea la respuesta?

Esta ciudad no nos pertenece en tanto no podemos disfrutarla y vivirla sin temor. Esta ciudad que pareciera ser nuestra también, se niega a brindarnos espacios seguros y confiables.

Esta no puede ser la Medellín del futuro. En la Medellín del futuro tiene que haber sitio para nosotras, para nuestros cuerpos, para nuestras luchas, para nuestras voces.

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