Para cambiar el mundo, hay que cambiar a la persona, hay que crecer paso por paso, por medio de hábitos, estilo de vida y, sobretodo, de mentalidad que permitan sostener los cambios en el tiempo. Cada uno tiene el potencial de germinar en algo que genere vida y valor para otros, que transforme y guíe, que ilumine.

Este cambio solo va a ser posible si entendemos realmente lo que significa nuestro lugar en el mundo y lo que ello representa. Ese lugar solo es posible verlo completamente si nos entendemos como parte de algo más grande, de una comunidad, de una especie, de un planeta. No estamos solos, ni podemos solos.

Es desolador ver que pocos están dispuestos a asumir esa responsabilidad, pues lo que predomina es la incoherencia de la alabanza completa a la individualidad, arrastrada por decisiones, gustos y razones que no son propias, sino que hacen parte de lo que se quiere que todos seamos, permeado por intereses mezquinos que solo ven el mundo con ojos de dinero y beneficios personales.

Ese sentido de comunidad y de hacer parte de algo más grande saca lo mejor de cada persona y es capaz de lograr resultados inimaginables. Es desde la cooperación y apoyo que los humanos encontramos fuerzas internas que nos ha permitido el desarrollo que tenemos ahora, con tantas posibilidades y avances. Es desde ahí donde cada persona debería concentrar su individualidad auténtica, pues esa comunidad funciona mejor cuando cada uno es consiente de sí mismo, es responsable y busca ser su mejor versión cada día.

Creo que ahí está la clave que necesitamos para superar tantas dificultades y para ver en el otro y en lo diferente una oportunidad para crecer y construir, no para atacar, discriminar o señalar. O ponete a pensar, ¿no te parece que al haber trabajado con otros de manera desinteresada y auténtica se han logrado mejores resultados?

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