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Deseo las mañanas lentas, conscientes, llenas de vida, de quehaceres. Quiero borrar de mi vida los amaneceres rápidos, los inconscientes con sus las lavadas de dientes apuradas y los desayunos sin sabor. Quiero reclamar mi vida del robo de los apuros. Quiero alentar los segundos aburridos.

Quiero despojarme de las distracciones fáciles, de la inconsciencia simple. Quiero una consciencia plena sobre cada minuto del día sin darme cuenta de que lo hago. No quiero contar las horas de mis días en eventos: dos horas allá, una hora acá, otra allí pero jamás aquí, viviendo en un presente lleno anticipados futuros.

Tirarse en la manga, rozar los parpados cerrados sobre los chuzones verdes que después cobrarán su factura con piquiñas suaves.

Oler el cloro de la piscina reposando sobre uno de sus bordes. Los ojos cerrados, el calor sobre mitad de mi cuerpo. Un suspiro ruidoso, inocultable.

Abrir la cortina y dejar que el calor invada las sábanas, retire las cobijas y te deje en un perpetuo abrazo. En una cucharita de olores inolvidables, que te prometen segundos. Donde la vida se siente y el pasar del tiempo se olvida. 

Siéntate acá conmigo, lector, siéntate a recordar un ratico. Me han dicho que es importante cultivar nostalgias futuras, que son el legado de una felicidad que pasó. ¿Por lo menos en esos ratos fuimos conscientes, cierto?

¿Cada cuánto tienes una de esas conversaciones que te iluminan la vida? Las conoces, ¿cierto? Esas que te vuelven a aterrizar de ese vuelo tan terrible.

Imagínate, yo tuve una la semana pasada. La vida venía pasando rápido, así como te conté al principio. Por lo menos como traté de decirlo en mi prosa novicia. Pero fue así: me senté con una amiga vieja en un café y me sentí débil, ¿sabes? Me quise soltar.

Me di cuenta de que me venía cargando y apenas decidí soltar el peso. A veces necesitamos ayuda cargándonos. Me di cuenta, en la conversada con mi amiga, de eso que te estaba contando al principio, de que había abandonado las mañanas lentas. Que no me había regalado una nostalgia futura en las mañanas lentas hace ratico.

Eso me puso a llorar.

Necesitamos más mañanas lentas. Si fuera un doctor las prescribiría por lo menos dos mañanas por época de vida. A mí, hoy por hoy, la vida se me da por semestres, como buen universitario. Entonces si yo fuera mi doctor ahorita, me prescribiría dos mañanas lentas cada seis meses. Me gustaría tomarlas como medicina, pero no he podido. He dejado que mis domingos se vayan rápido, casi siempre solos.

Yo sé que esto no es una conversación, es una columna. Que alrededor de esta columna hay una cacofonía de opiniones fantásticas. Que mucho está pasando allá en nuestra ciudad, en nuestro Medellín. Lo sé y, a veces, querido lector, siento que debería hablar de eso, de lo importante, de los segundos rápidos que definen tantas vidas, de cómo mejorarlos para todos.


Pero hoy, hoy que lo escribo y tú no lo lees, quiero entender si mi deseo es único. No esperar, no entender, confiar, quizás. Porque no lo es, obviamente. Pero creo que a veces necesitamos confirmación de los otros humanos ¿sabes? Perderse en su propia cabeza es fácil.

Yo conozco la naturalidad de los impulsos que tenemos, nuestros deseos comunes, nuestra búsqueda por amor propio y ajeno, nuestra constante necesidad de darle de comer –ojalá de manera saludable– al ego. De querer amar y ser amado. Yo conozco esos impulsos, lector, cómo tú también, me imagino. Pero sabes, hace rato no hablaba de ellos con alguien. Me perdí en mi seriedad. Ay lector, lo que me gustaría prohibirme desromantizar la vida, dejar de amarla y sentirla lento. Pero no he podido. ¿Tú pudiste?

Es más, ¿tú qué tanto te dejas sentirte así? ¿Cuándo? Cuéntame tú. Piénsalo, y tal como tú me oíste lejos de mi pensamiento, quizá yo te oiré a ti. ¿Son los miércoles por la noche cuando llegas a la casa con las piernas débil del gimnasio?, ¿cuándo abres la ventana para dejar la que la brisa paisa enfríe tu cuarto?, o ¿es en las manejadas inconscientes, bajo el himno de un radio lejano, que invade los oídos, pero no el corazón?, ¿cuándo piensas sobre ti? No sobre ti, en el trabajo, ni el celular, ni los amigos. Pero de ti en tus impulsos humanos, de ti en tus mañanas lentas, de ti en las conversaciones que te han marcado. A veces bajo la luna, otras veces en restaurantes, muchas veces en la privacidad de un cuarto con la puerta cerrada.

Yo hace rato no pensaba en mí así. En que esto y no el estudio, el título, el trabajo, el salario, me define más. Hasta quizás, posiblemente, más que mi nombre, mi altura y mis ojos. Pues cuando se acabe mi vida, si me pusieran a escoger, me quedaría solo con eso, con esos ratos.

¿Por eso, lector, te parece si nos acordamos, así sea esta semana? Antes de que nos vuelva a capturar el vuelo de la normalidad y desaparezca nuestra chispa de consciencia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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