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Venezuela ha sido el coco de la derecha en los últimos años: voten por nosotros para que no nos convirtamos como el país vecino, y el miedo va creciendo como maleza y como una sombra: ese de que Petro se va a robar las elecciones en 2026.
A la izquierda le tenemos pavor.
Y con razón. Porque hemos tenido ejemplos perversos: en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua, en Argentina. Martín Caparrós publicó en El País un artículo titulado La izquierda ha muerto, viva la izquierda (muy recomendado). Dijo: “Han conseguido que la noción de ‘izquierda’ quede automáticamente asimilada a unos regímenes donde el personalismo, la represión, la miseria, la violencia –en proporciones variables– copan el espacio… Países donde la desigualdad sigue siendo la más extrema del planeta”.
Es decir: usan la izquierda pero hacen todo lo contrario de lo que es, y entonces le dan papaya a los de derecha para que se vendan como los salvadores, cuando ellos tampoco lo han hecho maravillosamente, pero tienen menos mala publicidad (o disimulan mejor).
Cuando Petro llegó al poder, tal vez ese era uno de los grandes miedos: si él, autoproclamado de izquierda, lo hace mal, en un país donde ser de izquierda es sinónimo de ser guerrillero —y donde no se eligen gobernantes de izquierda, es decir, él es un escaso milagro—, la izquierda colombiana quedaba en la inmunda. Y no lo está haciendo bien. Cada vez es más difícil defenderlo en el chat familiar con todas las metidas de pata, el exceso de Twitter y las declaraciones incendiarias. Ojalá escuchara esto: ¡marica ya, gobierne tranquilo!
Claro que no iba a ser fácil un gobierno con tantos en contra. Se juzga con más rigor sus equivocaciones (las de la izquierda). Petro respira y es noticia. Petro respiró, ¿será que se va a robar las elecciones en 2026? Y no es que no haya que juzgar con rigor a los políticos, pero no ha sido lo mismo con los presidentes pasados o con temas que toquen los intereses económicos de los importantes. En los medios no se cubre con detalle, por ejemplo, lo de Chiquita Brands.
Y además nos falta pensar (y entender) qué es la izquierda, quizá hasta nos toque redefinirla o buscar una nueva palabra. Nos quedamos con los ejemplos malos, pero no se nos ocurre cuestionar justamente que no son de izquierda, que tienen el nombre y no más. Caparrós escribió: “Un gobierno –el venezolano– que se dice de izquierda y reprime y mata ciudadanos que solo le piden ver cómo votaron. Es difícil ser menos democrático y menos de izquierda. Si reconocemos que los niveles de pobreza e incluso de miseria son parecidos en toda la región, será difícil sostener que algunos de sus gobiernos son de izquierda y otros de derecha; los de izquierda deberían repartir más los bienes, ofrecer vidas mejores; si no lo hacen, no hay forma de sostener esa definición”.
Pero es mejor sostenerla, porque con el coco de la izquierda, la derecha se atornilla. El modelo económico hegemónico que mueve el mundo es el capitalista. Tiene sentido que dé miedo la defensa de tantas libertades y personas librepensantes, que al final es parte de la definición de ser de izquierda: es más fácil controlar las sociedades a través de la coerción, de las reglas, de la religión. Portate bien que si no te vas para el infierno y pues no hay pruebas de que el infierno exista, pero por si las moscas mejor defender las reglas de la moral. Y luego, por supuesto, por qué los hombres quisieran compartir el poder, si han estado tan cómodos en su silla de dueños del mundo.
Ahora, esto no es solo un problema de a quién nos parecemos o como quién podríamos ser. Es un asunto sobre el poder, sobre su abuso. Para matar gente no importa en qué espectro político se está, en qué dios crees o dónde naciste. Denle un giro al mapamundi para que lo constaten.
Solo que nos parecen peores los dictadores de izquierda.
Por eso no escuchamos decir Nos vamos a volver como El Salvador, y parece no darnos miedo elegir a un político de ultraderecha que luego quiera, como Bukele, quedarse en el poder. Pero por allá no profundizamos, está tan lejos.
Y justamente es lo que deberíamos hacer.
Esta semana escuché la serie Bukele, el señor de los sueños, hecha por Central, el canal de series de Radio Ambulante Studios (también muy recomendada).
El resumen de la serie ya da muchas pistas de por qué no importa si se es de izquierda o de derecha, el problema está en el abuso de poder: “Es una serie sobre cómo un publicista se convierte en político y convence a una sociedad de entregarle un poder sin límites”. Y hacen otra pregunta muy importante: “¿Cuál es el punto en que las promesas de la democracia ya no importan?”.
Porque nos preocupa más si un gobernante tiene intenciones de invertir en los pobres, que si va a ponerle más impuestos a los ricos. De los mismos creadores de no nos importa si roban, si no el quién roba. Preferimos a un dictador de derecha que de izquierda. Por el mismo lado va Trump en Estados Unidos.
La cuestión al final es independiente del espectro político: no podemos entregarle un poder sin límites a nadie. En ese pódcast sobre Bukele explican que se atornillan en el poder sobre todo porque viven más cómodos, nadie va a juzgarlos ni a hacerles pagar todos los excesos si siguen en la silla de mando. Maduro lo sabe bien: está protegido mientras él sea el presidente, y de ahí que sea tan difícil su salida.
No nos vamos a volver como Venezuela y ojalá tampoco como El Salvador ni como Nicaragua ni como Argentina. Qué lástima que nadie prometa ser como Suiza. Lo que sí deberíamos volvernos es como Colombia, trabajar juntos porque este país sea mejor para los colombianos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/