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En una conversación con mis amigas reflexionábamos sobre los últimos acontecimientos virales sobre violencias basadas en género en nuestro país y el mundo. Sin duda, relatamos el caso francés de Gisèle Pellicot, un abuso perpetuado durante una década por parte de su esposo y más de 70 hombres; hablamos de la atleta Rebecca Cheptegei en Kenia, asesinada por su pareja; la situación de las mujeres en Afganistan que, no bastando con anular cualquier posibilidad de libertad y ciudadanía, ahora es prohibido el uso de nuestra voz y risa en espacios públicos. En Colombia, llevamos a la fecha 417 feminicidios reportados.
Con los ojos aguados, tapando con nuestra mano la boca, demarcando con más fuerza la mirada, una preguntó, ¿por qué hacen todo esto?, ¿qué pasa? Sin titubear respondí: nos odian. ¿Quiénes? Los hombres, sí.
¿Cómo hicieron para que en cada lugar del mundo las mujeres vivamos violencias, abusos, maltratos, feminicidios? Todos los casos, aunque con métodos distintos, contextos políticos diferentes, edades y características de las mujeres singulares; todas compartimos algo en común: convivimos en este planeta con los hijos sanos de la misoginia, del patriarcado.
No puedo encontrar un argumento distinto a la explicación de lo que acontece en la vida de las mujeres hace más de cinco siglos; en cada uno se encuentra una forma distinta de arrebatar nuestras vidas y cualquier expresión alrededor de nosotras. Antes, nuestro saberes y formas de organización fueron catalogados como brujería y, con ello, se justificó la quema, asesinato y desaparición de miles de mujeres. Luego, nos dijeron que no era necesario ser ciudadanas, ni tener educación, ni trabajar. Nosotras debíamos aceptar con una sonrisa las labores de cuidado no remunerado, el ejercicio de la prostitución y, en algunas ocasiones, el celibato para ejercer un lugar en el mundo; jamás decidir sobre nuestros cuerpos, pues no nos pertenecen, ya que éste es para la reproducción, la guerra, el placer de ellos, pero nunca para nuestra libertad y deseo.
Nos odian. El patriarcado nos aborrece, pues el ímpetu de que nuestra voz deba ser eliminada, nuestra sonrisa extinguida, nuestro cuerpo abusado, nuestra vida arrebata, no tiene mayor explicación. Anhelan un mundo sin nosotras.
Y ojo, porque un mundo sin mujeres no hace referencia a la extinción del planeta del 52% de la población. Su búsqueda es un mundo sin dicha categoría, junto con toda la amenaza y transgresión que representa. Sí, lo que anhelan es un mundo sin que se interpele el sistema establecido, sin que se cuestione su poder, sin que se demande derechos y libertades sobre nuestros cuerpos y vidas, e incluso nuestros territorios.
Nos odian, porque nunca hemos estado en silencio, porque luego de violarnos, somos capaces de denunciarlos, verlos a la cara y no sentir vergüenza. El odio genera violencia, el odio elimina, porque no puede tolerar su pérdida de control. Por eso, mujeres, cuidado, porque estamos ante una mirada repulsiva de cualquier expresión emancipatoria proveniente de nosotras. Sé que suena muy brusco, leerlo de nuevo causa estupor en nuestro cuerpo, pero que no se pierda de vista: El patriarcado nos odia.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/