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Me parece que aún no aprendemos la lección. Digo, después de Trump el asunto debió de quedar claro para todos. Eso que pensamos que era un chiste es un asunto serio: personajes grotescos, lenguaraces, emparentados con el loco del pueblo que, pese a todo, arrastran mayorías que los ovacionan, les gritan “ese es, ese es” cuando lo ven, pero, sobre todo, los votan.
Vuelvo y me equivoco, los comparo con el loco del pueblo, pero su insania en nada se le parece. No son Majijas del siglo XXI, no. Son el fracaso de las ideas, el prolegómeno del mundo que viene… O que ya está aquí, tal vez.
Juntan tres frases eficientes, un eslogan fácil de aprender y funcionan como una válvula de escape. Ahí, claro, radica su truco. Mienten con descaro, gritan e insultan. Se les da fácil y hay una multitud que los aplaude.
Exhiben cifras, estadísticas de esas que lo demuestran todo, pero que no explican nada. Y saben que en el fondo, habrá quien los defienda poniendo sobre la mesa la frase que se popularizó en los 90: “Es la economía, estúpido”, porque creen que lo importante es que se proteja la iniciativa privada sobre todas las cosas.
Las conquistas sociales, esas que se pierden fácil y cuesta años alcanzarlas, están lejos en la escala de prioridades y les gusta que así sea. Si no se han tatuado la frase “el país va mal, pero la economía va bien” es porque recuerdan la frase apócrifa con la que la historia condenó a María Antonieta cuando le dijeron que el pueblo tenía hambre, pero no había pan. “Que coman pasteles”.
Sálvese quien pueda no es para ellos una frase desesperada, es un lema.
Son anticiencia, porque les da réditos sumarse a los conspiranoicos. Son violentos, porque están convencidos de que hay que golpear primero. Les molesta el Estado, al que quieren desaparecer, porque olvidan —o ignoran voluntariamente— que en los momentos complicados, son los estados fuertes donde hemos encontrado salvación. Así cuando se necesitó reconstruir las relaciones del mundo en la posguerra, para rescatar las economías que sus avaricias destruyeron o salvar las vidas que amenazaba un virus nuevo.
Los describió bien Serrat: “Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar, van a cagar a casa de otra gente”.
Los hay en todos los puntos cardinales, en todos los continentes. Encontraron una grieta o salieron de ella, vaya uno a saber. Pero están aquí. Son como se dice de las brujas: no importa que se crea en ellos, pero que los hay, los hay.
Nos burlamos de ellos, luego nos joden. Y hay que estar atento, porque en cualquier sitio salta la liebre. Nos descuidamos y a la vuelta de un par de años habrá un montón de gente en Colombia, quizá, votando por un tipo que empezó su andadura tachando grafitis por las calles de Medellín.
Están ahí, listos para quitarnos lo que costó tiempo y esfuerzo ganar, incluso aunque no sepamos que lo tenemos y lo bien que nos hace tenerlo.
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