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Hay cosas, me digo, de las que no vale la pena escribir. Veo que ocurren y me parece que no es necesario dedicarles tiempo, espacio y letras. Que hacerlo es, cuando menos, innecesario; cuando más, se trata de darles visibilidad a asuntos que no deberían tenerla. Que ignorarlas es toda la atención que se merecen.
Pero es que a veces hay unos que salen envalentonados de sus cavernas, dispuestos a hacerse notar, a exhibir sin pudor alguno sus fobias trasnochadas o su tontería irredenta, que no queda otra opción que hablar de ellos. Y porque en el fondo, me termino diciendo a mí mismo, hay quien les cree y los aplaude… y vota por ellos.
La semana pasada hubo dos ejemplos. Se hicieron virales (esa nueva forma de ir pasando rápido del desconocimiento al desprestigio, esperaría yo, pero el problema es que no). El primero fue aquí, en esta ciudad repleta de precandidatos a dirigir sus destinos y condenada, al parecer, a tener de nuevo un sheriff en lugar de un alcalde, pero eso es otro asunto.
Me quedo por ahora con el concejal Lucas Cañas, precandidato por el partido Conservador a la alcaldía de Medellín. O no con él, precisamente, sin con su estrategia. “No + todes en los colegios”, dice una valla. El mensaje está acompañado de su rostro y su nombre. No me van a ver a mí abogando por el uso del llamado lenguaje inclusivo, pero está claro que lo del señor Cañas no tiene que ver con un debate idiomático y gramatical.
“No soy homofóbico…”, aclara o se defiende el precandidato. “Lo que creo es que en los colegios se debe proteger a nuestros niños y niñas y no imponerles un lenguaje que tiende a confundirlos”. ¿Protegerlos de qué, precandidato? ¿Del rayo homosexualizador?
Para ser un “visionario de ideas para transformar nuestra ciudad”, lo ancla su deseo (o convicción, no lo sé) de darles gusto a los más reaccionarios de esta ciudad donde sobran las camándulas y los homofóbicos.
El otro caso fue en el Congreso de la República. Un representante a la Cámara por Antioquia, miembro del Partido Conservador, que se presenta a sí mismo como católico y misionero, compartió orgulloso, y editado con música incidental, su discurso trasnochado contra la interrupción voluntaria del embarazo. Luis Miguel López Aristizábal, lo bautizaron hace 30 años y hoy, yo lo dije, es congresista.
Si Luis Miguel es hombre de un solo libro —la biblia— no lo sé. Pero que en esos 85 segundos de exposición lo aparenta, no tengo dudas. El mismo discurso de antaño, la misma palabreja, provida, que suena tan bonita en este país de masacres y disparos, pero no es más que una negación de derechos. Porque Luis Miguel, como otro montón de personas aún, confunden —o les interesa confundir— derechos con obligaciones. Ninguna mujer está obligada por la ley a interrumpir su embarazo.
Se le olvida al representante a la Cámara, además, que el aborto en Colombia “es un derecho íntimamente ligado al derecho a la vida, a la salud, a la integridad, a la autodeterminación, intimidad y dignidad de las mujeres”, que está protegido por la Corte Constitucional y debe ser garantizado por el Sistema de Seguridad Social en Salud.
En fin, que están ahí, torpedeando conquistas que aún son frágiles, dispuestos a enredar para ganar un par de puntos y elogios, capaces de desatar odios convencidos, me parece, de que el fin justifica los medios.
No sé yo si Lucas y Luis Miguel se conocen, pero se parecen.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/