Escuchar artículo
|
La relación de las mujeres con el espacio público es compleja. No lo vivimos de la misma manera que los hombres. Siempre estamos calculando los peligros que implican nuestros desplazamientos y ajustando nuestros itinerarios para no exponernos a la violencia que pesa sobre nosotras. Vivimos en un estado de alerta permanente, monitoreamos cada esquina, evitamos los lugares oscuros y reportamos nuestros movimientos para asegurarnos de llegar a salvo a nuestros destinos. Estas prácticas hacen parte de una cotidianidad que hemos normalizado y, aunque buscan protegernos, se convierten en una muralla que limita nuestra autonomía.
Este fin de semana conocí la denuncia de una ciclista que fue agredida por un hombre mientras entrenaba en una carretera cerca a Cúcuta. Ella termina su video aconsejándoles a las otras ciclistas que no salgan solas, que si antes las motivaba a hacerlo, después de esa experiencia pensaba que el mundo necesitaba cambiar para que las mujeres pudiéramos salir a montar bicicleta solas. Escuché a la denunciante y sentí su rabia como propia: hace unos años un hombre, también en un paraje rural, después de perseguirme durante varios minutos en una moto, trató de agredirme. Hace una década, en los edificios que quedaban al frente del colegio, un hombre salía a masturbarse en la ventana de su apartamento para que todas lo viéramos. Desde niña recibo consejos para estar sola en el espacio público: usa ropa discreta, avisa a dónde vas a estar, manda las placas del taxi, llama cuando llegues, no descuides tus bebidas, no confíes en los extraños. No salgas sola.
A ojos de muchos hombres las mujeres somos objetos que pueden apropiarse por la fuerza para su satisfacción. Caminar solas por la calle, montar en bicicleta solas por una vereda, sentarse en el puesto del colegio a estudiar: para ellos cualquier comportamiento es una invitación a poseernos porque creen que tienen derecho sobre nosotras. Es realmente frustrante ser despojadas de nuestra humanidad para convertirnos en objetos del deseo masculino. Y es aún más frustrante ver la incapacidad de reconocer la conexión entre los episodios como el que describió la ciclista y la normalización de la idea de que nuestros cuerpos pueden venderse y comprarse en el mercado.
A la rabia contra los hombres que creen que las mujeres existimos solo para satisfacer sus deseos se suma la rabia contra las mujeres que eligen ignorar la naturaleza sistémica de la violencia que se ejerce sobre nosotras y prefieren defender la idea de que poner nuestros cuerpos al servicio de los hombres nos “empodera”. Esta forma compartimentalizada de entender la situación de las mujeres en la sociedad es tan ingenua como pretender controlar una epidemia sin atacar el virus que causa la enfermedad.
La violencia que se ejerce contra nosotras se origina en el privilegio de los hombres y, en la correspondiente opresión de las mujeres. El compromiso con su eliminación debe ser consecuente con esta lógica. Si queremos un mundo en el que los hombres y las mujeres tengamos igualdad de derechos para, por ejemplo, poder salir solas sin temer ser agredidas sexualmente, no podemos defender las prácticas que alimentan nuestra opresión.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/