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Llevo años adaptándome a mis limitaciones, a mis cualidades, defectos, la forma en la que navego el mundo y me relaciono con los otros y con el mismo entorno. Ya no me siento tan incómoda como antes con todo eso que señalaba de mi ser, pero, ¿eso significa que empiezo a aceptarme tal y como soy?
Esta duda me surgió al leer una columna de Diego S. Garrocho, en la que hablaba puntualmente de la nueva cultura de la “aceptación” y cómo eso, más que un discurso de amor propio, empieza a convertirse en una muestra más de narcisismo. ¿Qué implica que nos aceptemos tal y como somos? ¿La aceptación evita la mejora? Bajo el riesgo de sonar como esos hombres conservadores que señalan cualquier “moda femenina” como inútil y detestable, tal como son los movimientos recientes sobre el positivismo y la autoaceptación, dudo que deba de consentir todo en mí, como una muestra de amor, como una ofrenda hacia mí misma.
Si bien la respuesta no está en ser nuestros mayores jueces, vivir una vida acrítica nos imposibilita avanzar, crecer y superarnos. ¿Cómo, si no es mediante la auto-observación, puedo señalar las formas en las que debo y quiero cambiar? ¿Cuándo trazo el límite entre criticarme para mejorar y criticarme para destruir? No tengo respuesta. Esta columna, más que una opinión basada en datos y conocimientos ciertos, es una invitación a la curiosidad y la duda.
Hannah Arendt, una de las filósofas contemporáneas a las que más acudo, nos recuerda en repetidas ocasiones lo banal del mal. Ella es la memoria de lo importante que es realizar reflexiones éticas, y cómo el origen del mal en el mundo nace del poco juicio y la falta de criterio con la que examinamos los seres humanos. Así, aunque el discurso de la “auto-aceptación” suena inofensivo, no lo es tanto como pensamos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/