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“Yo no espero decirles acá a ustedes que me den plata. Lo que quiero es que me enseñen cómo hacer para que mis líneas de negocio puedan sostener a todos estos chicos” Decía con fuerza y determinación Martha Álvarez -fundadora y directora del Balcón de los Artistas- a un grupo de empresarios antioqueños, en una visita a su espacio de magia y creación en Manrique el Raizal. Esta mujer ha sido por 30 años el soporte y la inspiración de casi 28.000 niños que han pasado por sus procesos de formación; almas que han sido tocadas, mentes que han sido estimuladas y corazones que han sido alimentados en comunidad.
Para muchos líderes sociales y políticos, se ha vuelto paisaje escuchar que la cultura en Medellín ha salvado miles de vidas en los lugares más complejos de esta ciudad, pero lo que no hemos dicho con claridad es que aún no hemos encontrado la forma de salvar a la cultura de manera sostenible.
Ser gestor cultural en un barrio de Medellín implica vivir en una carrera de supervivencia, contra el tiempo y contra sí mismo. Significa convertirse en líder, administrador, profe, psicólogo, logístico y hasta contador, pues la máxima que se tiene en la cabeza, cuando se gestiona un proceso cultural desde el espíritu, es que hay que hacer mucho con muy poco, y eso implica no solo creatividad en los artistas, sino sobre todo en quien busca los recursos.
Convocatorias, patrocinadores, intercambios en especie, vacas, rifas y hasta frijoladas bailables, todo lo que sea necesario para conseguir los recursos que el proyecto cultural requiere, para que la magia se haga posible, y propios y ajenos disfruten con la creación estética que las calles de nuestros barrios gritan y exponen en cada luz naranja, teléfono público rojo y tienda de ventana.
En el pasado nos enorgullecíamos porque la secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín invertía tres veces más que el Ministerio de Cultura. Hoy, después de tres años de esta administración, se siente una amargura por un proyecto cultural que abandonamos hace varios años, y al que la desidia, la incompetencia y el robo le pusieron lápida, una fría y gris lápida que se equipara a los corredores vacíos del edificio Vásquez.
Durante años creímos, de manera equivocada, que necesitábamos fortalecer sí y solo sí a nuestro gobierno local, y que en la medida que tuviéramos una Alcaldía fuerte, con fuentes de ingreso importantes, grandes proyectos y numerosos funcionarios, podríamos resolver gran parte de nuestros problemas estructurales y culturales, pues solo bastaron pésimas administraciones subsiguientes para volver a darnos cuenta de que la respuesta no está en la Alpujarra, sino en el tercer piso del Balcón de los Artistas, en el garaje de Casa Kolacho, en las aulas de Cuatro Elementos Skuela y en el profe de Miraflores que le da clase de danza urbana a los jóvenes del barrio.
Los procesos culturales de la ciudad no pueden seguir viviendo de la voluntad mezquina de lo público, de la filantropía etérea de lo privado y de la paupérrima autogestión a costa del sacrificio del gestor y los artistas. Necesitamos construir nuevos modelos de negocio que apalanquen lo que ellos ya son, que no los convierta en operadores de fríos proyectos o instrumentalice su creación, sino que por el contrario les permita la libertad para SER de manera colectiva y con la cual siguen llenando de esperanza y sueños las montañas de este valle.
También los procesos culturales necesitan reconstruir muchas de sus prácticas, fortalecer su ejercicio de gestión, pensar más allá del cubo y de la formulación de proyectos en marco lógico, o de solo ofrecer a las empresas ponerle el logo en sus eventos. Necesitan conectarse con la creación digital, comprender los nuevos intereses de niños y jóvenes y tender puentes hacia ellos, pero sobre todo necesitan salir de estas montañas, ver el mundo y darse cuenta por sí mismos del valor que tienen y que podrían tener si todos nos ponemos la diez.
Y esto no es un capricho o una simple romantización de la cultura, no, pues un hecho evidente es que cada cuadra de Medellín está repleta de talento, y quienes tienen la posibilidad de identificar, formar y cuidar ese talento son las organizaciones culturales de nuestros barrios. Nos enorgullecen Karol G, Rayan Castro, Juanes, Teresita Gómez, pero no nos hacemos la pregunta sobre dónde están esos nuevos talentos, pues Martha, el Jke, Jorge Blandón, Yoiner y el Gordo se dedican a eso todos los días de su vida. Y los hemos dejado solos.
¿Qué deberíamos hacer entonces?
- Acompañar a los procesos culturales de la ciudad en la construcción y financiación de modelos de negocio que permitan su sostenimiento, incluso si esos negocios se salen de su quehacer artístico. Lo importante, en esencia, es que puedan tener tiempo para SER y CREAR.
- Crear un gran programa de becas para cientos de miles de niños, niñas y jóvenes de los barrios y que así puedan ingresar a ser formados en los cientos de procesos de la ciudad. Este programa podría ser financiado por los artistas de nivel intermedio y de alto reconocimiento que ya “la lograron”.
- Recuperar la jornada complementaria en artes como un gran proyecto de ciudad. A 1km a la redonda de todos los colegios públicos de Medellín hay organizaciones y procesos que pueden formar en habilidades blandas (creatividad, inteligencia emocional, trabajo en equipo, pensamiento crítico) a través del arte. La cuarta revolución industrial y la democracia lo necesitan.
Hoy lo que más pide a gritos esta ciudad es contarse otra historia sobre sí misma, una que supere la narrativa del dinero fácil, de la fiesta eterna y de las mujeres como objeto. Una nueva historia que supere el fantasma creado por Quintero alrededor de la lucha de clases, del norte contra el sur, y que nos recuerde lo que hemos sido y nos haga espabilar frente a lo que podemos ser.
Después de años trabajando en muchas capas de esta ciudad, no me cabe la menor duda de que el centro, o por lo menos una parte importante de esa nueva historia, está alrededor del talento. Y es allí donde reside el poder de los procesos culturales, en la posibilidad de posicionar en las mentes, almas y corazones de muchos más niños y sus familias nuevos referentes, para que puedan decir “yo quiero ser cómo él”. Ahí lo podremos cambiar todo.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/