No estoy a la venta

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El pasado 30 de Julio se conmemoró el día internacional de la lucha contra la trata de personas, y aunque hubo eventos deportivos y políticos con más preponderancia en las portadas de los medios de comunicación, grupos de mujeres y organizaciones de la sociedad civil se movilizaron con una agenda y unos reclamos que deben ser escuchados y atendidos.

Aunque existen varias modalidades de la trata de personas, hoy traigo particularmente una con la que saben, trabajo directamente (la más lucrativa entre otras cosas), la trata de personas con fines de explotación sexual, delito del cual son víctimas principalmente mujeres y niñas de todo el mundo. Cuando se trae el término la gente comúnmente piensa en las películas de acción que han visto, las mujeres amarradas en un barco, escondidas (y consideradas) entre la mercancía, rumbo a Europa a ser prostituidas. Y aunque es cierto, omitimos que es una situación más cercana de lo que quisiéramos admitir.

El artículo 188 A del Código penal colombiano, trae consigo unos verbos rectores muy claros: “El que capte, traslade, acoja o reciba a una persona, dentro del territorio nacional o hacia el exterior, con fines de explotación”. Mi trabajo me ha permitido recorrer cada calle, esquina y rincón de Medellín donde hay presencia de explotación sexual y con ello, escuchar la experiencia de las miles de mujeres. ¿Cómo captan las mujeres y niñas en Medellín? Las redes de trata, que coinciden en las bandas criminales que tienen un control de la ciudad, tienen estructuras sólidas e imperceptibles. No existe un señor encubierto que aparece secuestrando. Las mismas mujeres que primero son prostituidas pasan a cumplir la tarea de buscar “carne nueva”. Esto pasa cada día, especialmente en los barrios populares de Medellín, en los que habitan mujeres con altos grados de vulnerabilidad, situación que facilita también la operación de estas personas.

¿y el traslado? La primera carga que soportan las víctimas es la incapacidad de reconocerse como tal; y el gran sesgo social es atribuirle al consentimiento la capacidad de borrar el delito. Recuerdo un caso reciente de un grupo de colombianas que fueron víctimas de trata de personas en México. La primera pregunta que les hacen los periodistas es si sabían a qué iban, si las abordaron con armas para obligarlas a montar al avión con destino a ese país. Desde hace muchos años está claro que el consentimiento de las víctimas es irrelevante para la consumación del delito, y más allá de la academia y de formalismos jurídicos, y pensando en las dinámicas de esta ciudad tan hostil y proxeneta, es tan responsable el que capta como el conductor que transporta. De hecho, gran parte de la oferta con turismo sexual se basa en tener conductores que trasladan todo el tiempo mujeres y niñas a los destinos que dicten los señores.

La acogida. Era la una de la mañana, me encontraba con un grupo de sobrevivientes a las que tengo el inmenso honor de llamar equipo. Estábamos haciendo un ejercicio territorial en la calle que queda detrás del Museo de Antioquia, al lado del Botero. No sé cómo describir lo que es ese lugar, pero muy seguramente podría acercarse a la definición de lo inhumano. Cientos de mujeres y niñas viven en las mismas habitaciones donde son explotadas sexualmente, todo controlado por la vuelta y los dueños de bares, hoteles y burdeles.  Lo mismo ocurre en Prado Centro, hoteles llenos de explotación sexual y en El Poblado, donde los hoteles, Airbnb y en general todo el aparato turístico, actúan más como redes de trata camufladas, profundamente peligrosas y poderosas. En este punto cabe también cabe el que “reciba”.

Y así, podría nombrar miles de historias, que tenemos a menos de un kilómetro de nuestras casas que nos demuestran una cosa: la trata de personas existe porque la demanda de prostitución existe. Hay tan pocas, poquísimas mujeres que “eligen” estar ahí, y es un negocio tan absolutamente lucrativo, que las redes necesitan de la trata para mantener el nivel de oferta disponible para la demanda. Y suena frío abordarlo como una cuestión económica porque estamos hablando de humanas, seres humanas, pero si seguimos creyendo que la trata de personas y la prostitución son fenómenos separados, que uno es delito y otro no, seguiremos perpetuando este sistema desigual y miserable.  “Un putero no va por la calle preguntándole a las mujeres: ¿tú estás en trata o eres voluntaria?, va a lo que va, ve un pedazo de carne desprovisto de toda humanidad” fue una frase que surgió en medio del Concervezatorio que realizó la Red Feminista Abolicionista de Medellín el pasado 1 de agosto. Si existe un lugar donde ambos fenómenos se fusionan y se alimentan recíprocamente, es en la demanda. Por eso no es muy radical sostener que quien paga por sexo, financia la trata de personas y es tan cómplice como el proxeneta.

Pese a que este día fue ignorado por muchos, cada vez somos más personas sumando a esta lucha, desde organizaciones sociales que merecen todo el reconocimiento y de las que deberíamos aprender muchísimo, trabajos como los que desempeña la Fundación Empodérame, las hermanas Hoblatas del Santísimo Redentor, Las Adoratrices, Renacer, Valientes Colombia, entre otras muchas otras que se resisten al silencio y que trabajan arduamente para que las víctimas de trata de personas no sigan en el olvido del Estado y de la sociedad. Las mujeres en Medellín, en Colombia y en el mundo no estamos a la venta.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/sara-jaramillo/

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