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Empecemos con una bomba: el candidato a vicepresidente republicano de Estados Unidos considera que las personas sin hijos tienen menos derecho a votar. Dice esa lumbrera que apuestan menos por el futuro y que entonces no pueden tener el mismo derecho a participar en las decisiones hoy. Y dice también que las mujeres sin hijos son amantes de los gatos con vidas infelices y que no pueden ser las que gobiernen su país. No es un chiste, sino una de esas realidades caricaturescas que abundan actualmente y que tantos han dejado de notar.
Aparte de lo que sobra decir acerca de la barbaridad y la estupidez de esa declaración, alucino con la narrativa que sigue repitiéndoles a las mujeres que su sentido es ese, tener hijos, y que su vida está vacía, le falta algo, si no los tienen. Hay que parar. Había hablado antes de la amiga con hijas adolescentes que me contó que ella jamás se preguntó si quería tener hijos, simplemente asumió que así tenía que ser. Cada vez más mujeres confiesan que aman a sus hijos, pero que si pudieran devolverse, no los tendrían. Deben ser millones las que han parido por deber o por simple omisión de la pregunta radicalmente personal e íntima sobre el sentido de su existencia, sobre sus sueños. Y tener un hijo es algo enorme, irreversible, algo que lo cambia todo. Es maravilloso que haya también millones de mujeres que sueñan con ser madres y se convierten en el amor más profundo del universo: la madre sin la que no concebimos la vida. Y debe ser muy hondo el dolor de las que han anhelado serlo y por distintas razones no han podido (también es verdad que muchas han confundido sus verdaderos sueños con los que les ha embutido la sociedad y, al no poder realizarlos, se han destrozado no solo sus vidas, sino grandes amores tras padecer la tortura de esas exigencias). Pero es urgente decirles a niñas —¡y niños!— desde chiquitas que convertirse en madres es simplemente una opción sobre la que podrán decidir llegado el momento, desde la plena libertad de sus experiencias y deseos.
Querido posible vicepresidente: llevo dieciséis años de plenitud junto al amor de mi vida llenos de experiencias maravillosas y libres e ilusiones sobre los años por venir. No tenemos hijos porque no queremos, celebramos la pureza de nuestro amor, nuestros días juntos, nuestra libertad para vivir sueños propios y no impuestos por modelos de sociedad religiosos ni tradicionales ni miopes. Espero arduamente que no seas vicepresidente para que no se fortalezca un modelo distorsionado para niñas y niños, para que no crezcan pensando que su línea de vida es limitada y rígida, que tienen que ser padres para valer, para votar, para que su mirada importe, para vivir plenamente.
En redes sociales alcancé a ver un par de respuestas a la brillante idea sobre quitarles el voto a los sin hijos. Una le decía al señor que seguro se imaginaba a Estados Unidos como El cuento de la criada, la distopía de Margaret Atwood en la que el valor de las mujeres radica en su capacidad de parir para sostener el régimen, lo que las convierte en esclavas. Otra respondía que entonces estos ciudadanos pagarían menos impuestos y no aportarían a nada relacionado con la educación de menores, etc. Si nos vamos a hacer cuentas de qué le corresponde exactamente a cada uno, como esa gente que al pagar en un restaurante descuenta la cerveza que no se tomó, la vida es imposible (y deprimente). Una sociedad es justamente la búsqueda permanente de la armonía desde la inmensa diversidad para intentar garantizar la mejor vida posible para todos con base en un ideal de libertad según el que cada uno pueda desarrollarse como mejor le parezca, según su visión de la existencia.
Y sí, aunque a tantos les parezca inconcebible, somos millones las mujeres —¡y los hombres!— que no deseamos tener hijos, que sentimos nuestra vida como un enorme propósito en sí misma. Para qué es la libertad sino para explorar la hondísima diversidad del ser humano. Ese mundito que nos pintan los ultraconservadores de Dios, patria y familia no hace sino oscurecer el arcoíris, empobrecer las posibilidades, la libertad y la convivencia en una sociedad. Lo que dice es: todos deben ser como somos nosotros, cuya mirada llega hasta la puerta de nuestra propia casa. Por fortuna, somos distintos.
No, querido amigo de vista corta, cada vida es plena e independiente en presente (una de las bases fundamentales para el apoyo incondicional al aborto: la vida y la libertad de la mujer priman siempre sobre un bebé que no ha nacido). El futuro para el que decide es el suyo propio, es decir, los días que le quedan de esa vida. Y de resto, con base en su mirada de la existencia, participa en decisiones pensando en la humanidad que le sobreviva (así no la haya parido), en la que ojalá haya cada vez más mujeres con vida, sueños y cuerpos propios, más presidentes de risa poderosa como Kamala, y más gratitud por el amor y la compañía invaluables de los animales.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/