Conocí a un man en Bumble. Fue un chispazo inmediato: conversamos como si nos conociéramos hace tiempo. Me hacía reír, él se reía con mis historias, y eso es una proeza cuando estoy hablando inglés, porque es más difícil ser yo en ese idioma.
Vamos a llamarlo por la primera letra de su nombre: A.
A me encantó. Podría haberme enamorado de él en ese primer abrazo, pero lo cierto es que ahora soy más precavida.
Terminamos en mi casa por el cliché pendejo de Netflix. Es médico, venía con su uniforme. Cuando llegó se quitó el pantalón y la camisa verde y se metió debajo de las cobijas. Ni siquiera prendimos el televisor. Me besó tan pronto me metí en la cama. Tremendo beso: me pierdo si el labio de abajo es gordo. Ya sin ropa, con las cobijas en una esquina, con su pene duro, le dije: We need a condom. No, dijo. I don’t use condoms. I don’t fuck without condoms, respondí. You’re a physician! Se rio. No recuerdo las palabras exactas, pero fue algo así: dios lo había condenado porque no le servían los condones.
Cinco minutos después nos despedimos.
No es la primera vez que me pasa. Ni a mis amigas. Pensé que era una cosa que estaba de moda por acá en el midwest estadounidense, pero cuando le conté a mi amiga en Colombia, ella que anda probando las apps de citas, dijo: “Oíste, dizque esa es la nueva moda: a pelo. Ya nadie le tiene miedo a las enfermedades”.
La excusa es que sienten menos, y cuando les preguntas por las enfermedades hablan de un acto de fe: vos te testeaste, yo me testeé, I’m clean. O ni siquiera: yo estuve con esta chica que se veía bien. La A me dijo: yo sé escoger. How come?, dije. That’s not something you can see with your eyes. Volvió a reírse. I just know, he said.
No entiendo, le dije a mi amiga. Por qué no tienen miedo. Respondió: “Creo que igual como ya está todo tan controlado. Pues, como que no hay una venérea que te pueda matar realmente”.
Sigo sin entender.
Según la OMS, en un artículo de mayo de 2024, “cada día, más de un millón de personas (en el mundo) contraen una ITS que se puede curar. La OMS calcula que, en 2020, hubo 374 millones de nuevas infecciones de alguna de estas cuatro ITS: clamidiosis (129 millones), gonorrea (82 millones), sífilis (7,1 millones) y tricomoniasis (156 millones). Más de 490 millones de personas tenían herpes genital en 2016, y unos 300 millones de mujeres tienen infección por el virus del papiloma humano”.
Claro que veo la palabra curar. Pero, ¿por qué quisiera uno tener una enfermedad de transmisión sexual? ¿Por qué omitir otros datos como que, también según la OMS, las ITS provocan 2,5 millones de muertes al año?
Una de las explicaciones la encuentro en el artículo de The New York Times, Cada vez menos personas utilizan condones. Y los casos de VIH aumentan, de febrero de 2024. Dice que una de las razones son los medicamentos de prevención, los PrEP (profilaxis prexposición), que han ayudado a impulsar una reducción moderada en las tasas de VIH, pero que han eclipsado otras estrategias de prevención como los condones. Y los PrEP no han sido acogidos por muchos o no son tan populares todavía —yo por ejemplo apenas supe de su existencia el año pasado—. O como se siente que hay una protección, pues se confía.
Y pues claro que hay que agradecer, aplaudir, aprovechar y confiar en los desarrollos de la ciencia, pero bien dice el dicho, ayúdate que yo te ayudaré. La educación sexual sigue siendo un tema al que no le damos prioridad. Parece que se nos hace mejor curar que prevenir. O que tirar es mejor si no se sabe tanto. Eso les pasa a los demás. Todavía el sexo se reduce a penetrar, no nos caben más opciones.
Todavía no hablamos de eso.
La A me volvió a escribir. Fuimos a comer y cuando me dejó en mi casa me dijo que no iba a entrar. Lo habíamos conversado quince minutos antes: él no iba a tener sexo con condón y yo no iba a tener sexo sin. Todavía había chispas entre nosotros cuando me bajé del carro, pero aun así sentí su mirada, que también fue un mensaje: de lo que me había perdido por miedosa. The best sex of your life, dijo. Yo lo miré: en una cultura que nos dice que el buen sexo requiere riesgo, que la precaución es un sex-killer, yo prefiero la claridad, la prevención, el amor propio. Qué necesidad.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/