“El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos del yo y del rendimiento, es un orden social del que ha desaparecido por completo el Eros. La sociedad positiva, de la que se ha retirado la negatividad de la muerte, es una sociedad de la mera vida, que está dominada tan solo por la preocupación de ´asegurar la supervivencia en la discontinuidad´. Y esa es la vida de un esclavo”.
Byung-Chul Han.
En La agonía del Eros, Byung-Chul Han pone la lupa sobre la sociedad positiva, en la que el sujeto del rendimiento normaliza condiciones de vida que lo acercan cada vez más a ser esclavo, flotando en la ilusión de la libertad. Como si, paradójicamente, se le obligara a ser libre manteniéndose en una cuadrícula en la que todo es igual, en la que se excluye lo distinto y lo negativo, donde se pierde la misma identidad del ser humano al no establecer puentes ni relaciones satisfactorias con el otro.
El sistema neoliberal, haciendo uso de las tecnologías de la información y de la publicidad, masifica mensajes eufóricos y exagerados, prometiendo que se puede ser lo que uno quiera, que todo, incluso la propia vida, se puede gestionar para lograr tener más: comprar, consumir, desechar. Este sujeto, que se descresta con la posibilidad de ser otro más joven, más bello, más rico, no se detiene en la reflexión: vive para trabajar, trabaja para gastar. Sujeto narcisista que se llena de sí mismo y desconoce que es en el encuentro con el otro donde yace su verdadera naturaleza. Es un sujeto que se ahoga en sí mismo, incapaz de amar. Y todos, sujetos, más o menos, lo somos.
Las redes sociales, hijas de ese sistema, nos engullen. Se nutren de nuestro tiempo y de nuestros datos mientras homogenizan nuestros pensamientos. Llegan al punto de uniformarnos en los deseos. Nos “entretienen” y así se nos va la vida, anhelando lo ajeno. Nos mostramos bellos, alegres, poderosos, pero el vacío que se llena de instantes sin conexión se apodera de lo más privado de nuestra existencia minando nuestro ser con ansiedad y depresión. Nos castiga. Nos genera culpa y frustración.
Ahora el Eros está ausente en escenarios tan humanos como la sexualidad y el trabajo. En la sexualidad se desplaza el amor por el rendimiento; el cuerpo es una mercancía para ser consumida, y no importa el ámbito de lo íntimo, porque es en la exposición donde se “valora” esa “cosa-cuerpo” en la que se habita. En el trabajo el sujeto del rendimiento confía en que puede ser empresario de sí mismo y termina siendo esclavo de sí, sin tiempo para el ocio o para construir relaciones a largo plazo, porque lo importante es la rápida utilidad que el otro reporte. El negocio (no-ocio) cancela toda posibilidad de hacer del trabajo un espacio de realización en el que la creatividad y la solidaridad pesen más que la productividad y la competencia.
Es la relación entre la política y el amor, una unión poco común en nuestros entornos, sobre todo cuando en el ámbito público pesa el interés particular sobre el común -casi siempre-. No hay “nosotros” en sentido amplio y de la acción común. Se establece un “nosotros” pobre, que cumple con la función divisoria que polariza: nosotros y ellos. No hay comunidad en lo público. Sin embargo, dice Han, “el alma, impulsada por el Eros, produce cosas bellas”, y es en el ámbito de lo común, de la política, donde se requiere de la fuerza del amor para que se construya lo bello, lo bueno, lo justo en comunidad.
“El Eros es, de hecho, una relación con el otro que está radicada más allá del rendimiento y del poder”, continúa Han. Entonces, comprender el Eros como relación es asumir la existencia desde lo distinto. Somos seres en los que habita la contradicción y la incoherencia. Nuestros procesos de aprendizaje no son lineales y ascendentes. Reconocernos incompletos es una primera manera de extender las manos hacia el otro para abrazarnos con nuestras tristezas y nuestras satisfacciones.
Hay en nosotros ambigüedad, duda y temor. A veces, nos excedemos en auto-juzgarnos; no tenemos consideración con nosotros mismos y nos exigimos ser productivos, coherentes, sensatos todo el tiempo y en todas las circunstancias. Y otras veces, ese rasero lo usamos con más ímpetu frente al otro. Lo juzgamos “por lo que es” y no solo por el momento vital que atraviesa. Hacemos de la relación con los otros una transacción en la que se comercializa con las emociones. Mantenernos vigilantes sobre nuestra propia condición es también una experiencia del Eros. Caer en el amor es una fuerza que preserva nuestra humanidad, que nos diferencia, y tal vez por eso nos cuesta tanto, pues exige conciencia de uno mismo en el mundo y en la relación con el otro. El camino de la reflexión, del pensamiento, del silencio, de la pausa es ahora un sendero tan desconocido como retador. Es, por lo mismo, la vía para convertirnos en seres vivientes que no pretenden el imperativo de ser libres sino el regocijo de la construcción de relaciones honestas y complejas: ser amigos, amantes y amados.