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Cuarenta y tres horas en urgencias, como acompañante. En medio de la incertidumbre por el diagnóstico, en esas circunstancias solo queda abandonarse en la espera. Confiar en que los profesionales de la salud procederán según su experticia mientras que quien acompaña hace ejercicios mentales y afectuosos de humildad y paciencia. El oído se agudiza y uno, finalmente, se percata de situaciones que superan la razón, porque en ese escenario se demuestra que además de ciencia, nuestra humanidad frágil, también urge de una mirada compasiva, un abrazo que acompañe en silencio o de un par de palabras que sin certezas de nada brinden calma y sosiego.
El diagnóstico recurrente en este lapso estuvo asociado a condiciones que afectan la salud mental. Y en este punto, insistir: éstas no discriminan. No importa el género, la edad, la condición socioeconómica ni la fortaleza del cuerpo mismo, todos somos vulnerables. Las afectaciones a la salud mental se expresan de múltiples maneras y cada vez son más evidentes. Hace décadas nuestras abuelas no tuvieron acceso a diagnósticos que explicaran sus angustias o las de sus familiares y ese desconocimiento terminaba siendo más grave que la misma condición. Hoy, poco a poco, se han puesto en el discurso y en la agenda pública. Solo poder nombrar ya es un avance muy significativo.
Sin embargo, parece que nos enfrentamos a problemas mayores que los de aquellas épocas, pues ahora las circunstancias de nuestros entornos favorecen de manera cruel y sistemática las afectaciones a la salud mental. La complejidad aumenta y con ella la dificultad para comprender el sentido de nuestra existencia en contextos que, además, están poco preparados para prevenir y para enfrentar los problemas que redundan en la psiquis y en el cuerpo. El mundo que nos correspondió vivir tiene maravillosos adelantos tecnológicos y científicos, que ayudan en diagnósticos tempranos, pero, y aquí está el acento, también urge que los gobiernos, los empresarios, los académicos se pregunten, de manera consistente, por las causas externas que ocasionan los problemas de salud mental y que actúen sobre ellas.
No se trata de desconocer las cargas biológicas y genéticas que también influyen en el diagnóstico, sino de ampliar la mirada para comprender de manera más completa el fenómeno y obrar sobre las causas, asumiendo, además, que la responsabilidad no recae en el paciente, que éste no tiene la culpa “de ser así”; y que en últimas, la condición no es solo del individuo a quien se le adjudica el diagnóstico, sino que éste tiene un efecto exponencial: afecta a la familia, a los amigos, al barrio, al municipio, al país, a la humanidad.
Somos fragilidad. Nadie está exento. Las condiciones que debilitan la psiquis también tienen efectos en el cuerpo, y, al contrario, pasa igual: lo que pasa en la corporalidad afecta la mente. Lo uno y lo otro tiene implicaciones graves para la estabilidad del entramado socioeconómico y el sistema de salud parece no estar del todo preparado para el ritmo que ya se está imponiendo en urgencias. Por lo pronto, ante a las elecciones del domingo, ¿hay alguna esperanza frente a estos temas?