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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: las cosas son recuerdo

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Un problema y una habilidad. Lo primero es que me encantan las cosas, en el sentido pleno de esa palabra: las cosas ejercen en mí una fascinación que, a veces, es excesiva. La habilidad entonces me ayuda a comprender, y sí, he de aceptarlo, a justificar aquel problema: tengo mala memoria. Más de uno pensará que mi problema es una habilidad y mi habilidad un problema, pero en mi experiencia resulta bastante útil no ser un tipo de Funes, el memorioso.

Desde agujas hasta bibliotecas. Las cosas representan lo que ya pasó. Y al decir representar me refiero a que están como testimonio de algo o alguien, en su lugar. Evocan aquello y son, entonces, luz del recuerdo. Mi querido amigo David, en la muy pequeña sala de mi casa, dijo que cada cosa puesta aquí contaba una historia. Ese comentario me ayudó a poner en palabras mi relación con las cosas: éstas narran.

En las cosas no solo habita el pasado de su propia existencia sino el de todos en relación con el objeto. Es decir, para que la lámpara ilumine mis manos, hubo un diseñador que la imaginó, unos fabricantes que juntando partes y conocimiento la hicieron material; unos vendedores que la ofrecieron; y alguien que la compró. Entonces, la vida de la lámpara se rehace. Además de útil es bella, pero, sobre eso hay algo más profundo: el recuerdo. La lámpara, ocasionalmente, y fuera de su uso, cuenta su propia historia en esta casa y evoca al ausente.

El libro, ahí en la biblioteca, parece quieto. Sin embargo, por dentro ebulle. Tanto, que abrirlo y leer la dedicatoria puede quemar. Uno entonces, sonríe, recuerda y sigue. Mi falta de memoria logró generar un pequeño ritual: anoto mucho y en casi todo. En la primera página de los libros escribo quién me lo regaló, cuándo lo leí o por qué lo releí. Abrir las viejas agendas, es volver a tener catorce años y entristecerme un poco por aquel desplante; es reír en el baile de graduación y estremecerme con los primeros coqueteos.

Así, cualquier espacio es pequeño y ni pensar en un trasteo. Por lo tanto, me obligo a entrar, con timidez, en la dinámica de sacar, reubicar o regalar; pero, la de botar aún me cuesta, precisamente (o “justificatoriamente”) porque me asusta quedarme sin memoria para narrar quién soy, cuál es mi historia, pues cada cosa es recuerdo.

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