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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: ¡de buenas que soy!

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A Pablo

En estos días hay muchos que dicen con orgullo que a ellos no les han dado nada regalado. A mí, sí. Y a ellos también, aunque lo nieguen. Lo que pasa es que hay unos que somos más de buenas que otros, incluso porque tenemos la capacidad de aceptarlo. Hay en el azar, o en la buena suerte, una espesura que pocas veces dimensionamos.

De de buenas nací en la familia que me correspondió y conocí a los amigos que tengo; de de buenas estudié en esta ciudad y en una universidad privada, con lo bueno y malo que eso significara en la época y para las frágiles finanzas hogareñas. Y ahí, en esa época, de de buenas, conocí a quien se convirtió en mi maestro de vida. Para él se me acaban las palabras de gratitud. Él me enseñó qué son la dignidad y la humildad; aprendizajes que se refuerzan todos los días. Puso en el horizonte las posibilidades que, siendo estudiante universitaria, ni yo sabía que existían para mí. Me invitó a ser su socia confiado en mis capacidades. Su generosidad con el saber es superada por la generosidad de sus sentimientos. Él, sensible y decente, me ayuda a comprender las miserias, las maravillas y los matices de la condición humana.

Sé que el cariño y el respeto mutuo se han ido construyendo, pero, sin dudas, de de buenas que soy, él me encontró a mí. Aún hoy, cuando nos acercamos a la veintena de años juntos, él es capaz de iluminar mis talentos y de acompañarme en mis oscuridades, sin juicios y sin condescendencias. Todavía me enseña a buscar el sentido y el método: por qué, cómo, para qué, incluso, con quién. Con él contrasto mis preguntas sobre el habitar este mundo como mujer y, con la práctica a su lado, aprendo que mi voz tiene peso.

Él, maestro cotidiano, sabe que la educación implica duelos, que pensar incomoda y que la libertad, como absoluto, es una ilusión. Me enseña que las posturas diferentes bien cultivadas no son motivo de enemistad y eso, en este país, sigue siendo muy difícil de comprender, sobre todo porque nos da mucha pereza pensar y formar criterio más allá de las emociones mediáticas. De él aprendí a dudar del consenso como fórmula, o mejor, a dudar de todas las fórmulas.

No todo es azar, ¡claro! La confianza se construye y la amistad conmueve cuando nos permite exigirnos mutuamente. Tengo un maestro amigo y un amigo maestro quien me enseñó que comunicar es hacer común y administrar es estar al servicio. Yo, hoy, quiero que él sepa que amigo es ser guarda-alma y que, de de buenas que soy, sé, con contundencia, que la mía está muy bien abrigada.

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