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Ni perdón ni olvido

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Hay personas y momentos que prefiero olvidar, dolores de la infancia que solo se tratan a través de la no-memoria, del derecho que tengo a eliminar partes de mi y de repudiar a quienes hicieron parte de estas, de sus versiones anteriores que no comprendo, no abrazo, no empatizo.

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Hay cosas que prefiero olvidar, que no deberían estar en mi cabeza y que me niego a sanar u honrar. No quiero hacer las paces con ciertos recuerdos de mi pasado y sobre todo, hay personas y situaciones que me niego a perdonar. No quiero ser empática con aquellos pedazos de mi historia que, aunque no me destruyeron, sí me hicieron muchísimo daño. Me niego a seguir siendo la “persona más grande” cuando eso representa ser negligente con mi dolor y pretender que las cosas ya pasaron. Hay situaciones que no pasan y apenas entiendo que no me debo castigar al respecto.

La rabia femenina tiene algo particular que aún no logro descifrar. Me negué muchos años a sentir furia pensando en que siempre tenía que ser comprensiva y que las personas actúan con la información que tienen en ese momento de la vida, que nadie es malo, que el daño es subjetivo, que podía perdonar todo cuando claramente no era así. ¿Cuántas veces nos hemos sentido culpables por no ser capaces de soltar el pasado? ¿Qué sucede cuando no podemos sacar lecciones de vida de lo doloroso? ¿Siempre el daño nos debe hacer crecer como personas? El rencor funciona como respuesta, un motor de acción que solo hiere a quien habita, que desaparece a través del perdón o el olvido.

Hay personas y momentos que prefiero olvidar, dolores de la infancia que solo se tratan a través de la no-memoria, del derecho que tengo a eliminar partes de mi y de repudiar a quienes hicieron parte de estas, de sus versiones anteriores que no comprendo, no abrazo, no empatizo. Hay daños que no se explican, que no llegaron porqué “tenían” que llegar, de los que claramente puedo señalar culpables y víctimas, que no son cuestión de perspectiva. Hay episodios de mi vida que no quiero sanar ni trabajar, que la mejor opción es enterrar.

Entierro la violencia sexual que han sufrido quienes quiero y las negligencias de la ausencia en la infancia, no me explico las caricias sin consentimiento, las miradas invasivas, quienes justifican esos atropellos por la ignorancia propia. No lo perdono, solo lo olvido. No lo sano y me perdono por tomar esa decisión, por encontrar en la evasión mi paz y la de las mujeres que amo. La rabia me protege y me permite proteger a quienes pueda. En mi vida para la agresión sexual no hay perdón ni olvido.

Otros escritos por esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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