Necesitamos simpatía: la comunidad transgénero

Necesitamos simpatía: la comunidad transgénero

La semana pasada me referí al tema de las fronteras invisibles que le impone la sociedad a nuestra sexualidad. Traté de iluminar esas barreras que guían nuestro comportamiento sin que necesariamente lo queramos. Las que nos hacen sentirnos culpables al desmontarlas o desafiarlas. Porque creo que todos sentimos esa emoción de cuando llega el chisme de que ese otro que se dejó ver distinto a nosotros. Que una noche dejó que se le vieran los colores. Aún más sabroso, más jugoso, si esos colores pintan un arcoíris. Ir contra esas vallas es solo para los valientes. Creo que algo tiene que ver con el sentimiento de humillación de quien alimenta esa habladuría.

Pero, esta columna intentará abordar un tema más lejano. Uno al que es más difícil relacionarse.

Todos vivimos las barreras que impone la sociedad de una u otra manera. Todos disentimos hasta cierto punto en algún tema, sea en nuestra concepción del amor, de la sexualidad, de la inteligencia o hasta de la buena vida. Pero hay una incomodidad más profunda, a la que es casi imposible relacionarse. Una incomodidad que se estira más allá de no encajar en tu comunidad. Que se asemeja a estar atrapado en un cuerpo ajeno. Esta la sufre una comunidad marginalizada, juzgada y deshonrada en nuestra sociedad: la transgénero.

Yo no soy una mujer ni un hombre transgénero. Ni creo que lo seré en esta vida. Lo que sí he sido, por un rato de mi vida, es una persona que se burlaba de ellos. De lo absurdo que es que alguien trate de desafiar algo tan definido, tan obvio, tan alejado de la complejidad de la mente humana como lo es el sexo. Somos seres difíciles de entender, sí, yo pensaba. Es parte de nuestra existencia que las mentes se vayan en búsqueda de placer en lo más esperado o inesperado. Sea que lo encuentre en hombres o mujeres. En fetiches o juegos de roles. Tratar de entender lo que le regala placer a nuestros cuerpos es indefinible. Juega parte de lo caótico de nuestro cerebro. Pero yo pensaba que si hay algo donde no hay caos es donde se definió que el hombre tiene pipí y la mujer tiene vagina. Ahí se acabó el cuento. Esos raros, los que andan por ahí tratando de clamar atención, diciendo que no se identifican con el que les había regalado el sorteo prenatal, ni con las dos cartas que tenemos en la mesa, probablemente lo único que quieren es atención.

Era por ahí el 2016, y, con Trump se dio un fenómeno interesante en internet. Se formó una alianza entre la ola de la extrema derecha que nacía y los algoritmos que mandan el mundo virtual. Los unos, buscando empujar un mensaje que cogía fuerza en el mundo, los otros, indiferentes a las mentiras y odios y hambrientos por horas de atención de sus usuarios. Esa ola llegó a mi celular y todos los días consumía a hombres blancos, gringos, conservadores, burlándose de los liberales y sus peticiones absurdas, sus ideales que contrariaban hasta la intuición más básica. Que buscaban desmontar todo lo que es nuestra vida. Apacible y hermosa que es. Tengo que admitir que hay temas donde no he logrado despojarme de todo perjuicio que recogí en esa época. Todavía me cuesta, por ejemplo, cuando la gente declara sus pronombres. Algo que no hago ni creo que empezaré hacer por ahora. No lo juzgo, pero sí lo notó y me incomoda de vez en cuando. Se aleja a lo que en mi mundo es presentársele a alguien. Algo tan fútil como eso. Yo digo mi nombre y de donde soy. Quizá mi edad. Pero mis pronombres dejo que los anuncie mi barba y mi voz. Entiendo porqué me perturba un poco: desafía mi realidad. Todavía estoy tratando de conciliar estos mundos.

Pero hagamos un ejercicio. Imagínate, querido lector, que te levantas todos los días y sientes que tu cuerpo es el incorrecto. Imagínate sentirte atrapado en una vida donde te toca conformarte con lo que te es entregado, pero no lo que eres. Imagínate el dolor de existir. El sufrimiento. La incomodidad. Leí una vez que la vida es eso que se encuentra entre el amor y el sufrimiento. Creo que, en esta condición, en la disforia de genero, alejado de quien eres, confundido de porque tu cuerpo es como es, deseando que sea otro, es difícil escapar algo más allá del sufrimiento. Imagínate, no solo esto, pero que miles de personas creen que este sufrimiento es un capricho. Una mentira en búsqueda de atención. Que tu sufrimiento es estúpido porque no va con la lógica. Mira, todos nosotros nos sentimos contentos y cómodos en nuestros cuerpos, ¿tú por qué no? Este sentimiento, si algo llega a doblar tu estomago –imagínate como es cuando no es imaginado–, se ha manifestado en índices de suicidio en esta comunidad mucho mayores a otras minorías. El 82% de las personas transgénero han pensado en suicidarse. 40% lo han intentado. Entonces sí, ese sentimiento que acabamos de imaginar es algo serio.

Si somos una sociedad que promete preocuparse por la vida. Por el bienestar de sus integrantes. Si prometemos aceptarnos como somos, existe real de una necesidad de protección seria de los derechos de los hombres y mujeres trans. Así como también a las personas no binarias. No solo esto, pero como se ha hecho con pasadas campañas progresistas y movimientos de equidad, existe la necesidad de exposición al público general a información sobre lo que es ser trans.

Me importa y me importa mucho. Creo que es porque sé que la transfobia, o por lo menos para mi, fue un problema de simpatía. Algo que no solo es hermoso, pero tampoco es difícil de generar. Acordémonos de todos. Y recordemos que el sufrimiento jamás es capricho. Que las dificultades de otros deberían generar amor, no odio. Que ser puede ser distinto y eso está bien.

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