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Necesitamos a los pesimistas

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Las grandes transformaciones han nacido como respuesta a un análisis triste del mundo. Necesitamos cierto grado de desencanto para imaginar que otra manera de vivir es posible.

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Vivimos en tiempos donde la imaginación política se está marchitando. La posibilidad de un nuevo mundo es vista con desconfianza dada la incontrovertible infalibilidad del sistema social en el que habitamos. Asumimos que hemos encontrado la forma más idónea para vivir — o al menos aquella que es menos defectuosa— y rechazamos cualquier intento de transformación. Las formas, los métodos y los presupuestos con los que diseñamos acciones públicas se parecen cada vez más al dogma. Muchos de ellos tienen un origen que es difícil ya de reconstruir y los seguimos utilizando casi que por inercia. Apelamos a la falacia histórica para seguir utilizando recetas que incluso han sido ineficaces para resolver los problemas que se proponen tramitar. No resistimos que se ponga en duda nuestra manera de vivir. Alguien podría decir que es parte de nuestra naturaleza encontrar motivos para mantener el estado de cosas, que somos conservadores por condición. Otros, atrapados por la ideología, dirán que no tenemos que cambiar nada porque vivimos en la mejor de las sociedades.        

Las ideas más conservadoras muchas veces se presentan como aquellas más progresistas. La sociedad contemporánea —o al menos las sociedades de mercado occidentales — se han encargado poco a poco de eliminar la negatividad. En nombre de la libertad individual han moldeado subjetividades alrededor de la potencia, del sí. Gran parte del trabajo de Byung-Chul Han analiza este fenómeno de rechazo al no, de aceptación acrítica de todo lo que está dado. Al respecto asegura que la sociedad actual es una de la positividad basada en la premisa de “Yes, we can”. Todo es posible, nada se le niega al individuo. La aceptación de esa proposición elimina la controversia, la refutación. Si todo es posible ¿por qué alguien señalaría un límite? La sociedad positiva es también la sociedad perfecta, que no necesita modificarse.  

La positividad es contraria a la imaginación. Pensar un mundo mejor necesita de cierto grado de pesimismo. La idea de cambio sólo aparece en la medida que haya un análisis negativo de la sociedad. Las grandes transformaciones han nacido como respuesta a un análisis triste del mundo. Necesitamos cierto grado de desencanto para imaginar que otra manera de vivir es posible. No hablo de un nihilismo paralizante, que nos señale la incapacidad de la transformación como aquella canción que dice que “el mundo fue y será una porquería”; sino de una incomodidad, de una negatividad que nos permita especular otras formas de ser, de un “pesimismo activo”. En la sociedad del rendimiento, de la positividad, del sí, necesitamos a los pesimistas, para que nos señalen que otras formas son posibles, para que duden de la infalibilidad de lo existente, para que no muera la imaginación, y con ella, la política.            

Otros escritos por este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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