Nadie, excepto los…

El hombre le arranca la gorra al niño y la mete en una bolsa que tiene la esposa. El niño protesta, pero el señor, casi del doble de su tamaño, ni lo determina. Están en un partido de tenis en el US Open. El tenista Kamil Majchrzak se acercó a la tribuna a dar autógrafos.

En este tiempo mantener el anonimato es difícil. La viralidad lo mostró miles de veces por el mundo: se llama Piotr Szczerek, es director ejecutivo de una empresa en Polonia, tiene 50 años, su esposa se llama Anna. Es millonario.

Es decir, podría comprarse la gorra con gotitas de sudor él mismo.

Estaba escuchando a Jon Hernández, experto en inteligencia artificial, en el pódcast Roca Project. El episodio se llama Cómo sobrevivir a la Inteligencia Artificial. Entre las muchas cosas que dice está que con la IA se va a generar más empleo y más cosas que hacer, solo que no las harán los humanos. “Vamos a encontrarnos en un mundo que tenga un crecimiento económico anual, que es bonanza pura y dura, pero en el que el 20, 30 % de la población simplemente no tenga trabajo”. Luego explica que no es un problema económico, porque el mundo está creciendo y lo que habría que hacer es redistribuir la riqueza, sino que es un problema cultural, de propósito.

Yo me quedé, sin embargo, en la redistribución de la riqueza. Soy pesimista.

Es decir (según mi interpretación), podríamos tener tremenda vida: trabajar menos y hacer cosas que nos gusten. Podríamos romper esa idea de que trabajar lo es todo y entender que las jornadas de doce horas, en las que ya no nos queda energía para hacer más cosas, no valen la pena. Las máquinas trabajando para que nosotros tengamos tiempo.

Es decir, si la redistribución de la riqueza se diera, pues podríamos tener más vida —luego, por supuesto, está la reflexión de Hernández de encontrar propósito, de saber qué hacer con el tiempo, pero esa es otra columna—.

Ahora, dice también Hernández, la desigualdad “va a ser brutal”. Aunque los pobres serán menos pobres, los ricos serán muchísimo más ricos.

Pero no somos ingenuos.

Hemos creado un mundo individualista.

Los millonarios quieren tener más. Son un agujero negro.

Por supuesto no somos ingenuos —aunque sea un cliché: el dinero es poder.

La imagen del señor que le quita la gorra al niño es una metáfora simple: el que sea más rápido y más avispado y más rico se queda con la gorra.

Al final es un mundo de agalludos.

Thomas Piketty, en Una breve historia de la igualdad, escribe que no hay ley económica inevitable que justifique la desigualdad brutal de nuestro tiempo. «Las decisiones políticas han sido decisivas para redistribuir —o no— el ingreso y la riqueza». La desigualdad no es inevitable, es la arquitectura del sistema. Y si el mundo es un edificio en el que la gorra siempre termina en las mismas manos, no se arregla con disculpas, sino cambiando los planos.

¡Pero quieren por favor pensar en la muerte! Ni siquiera queda el cuerpo. Salvo que ellos sean los elegidos y haya un secreto tipo: tras la muerte hay maneras de transferir el dinero a la siguiente vida, porque hay vida después.

Supongo que para eso jugábamos tío Rico: para soñar que podíamos nadar en dinero. Pero no: para entender que hay gente que puede nadar en dinero. Sin mirar hacia abajo ni a los lados.

En el libro Shah of Shahs, Rizsard Kapuscinski escribe esta imagen —está en un hotel en Irán, el libro es sobre la revolución iraní de 1979 y una reflexión sobre, entre otras cosas, el poder—: “Subo las escaleras, atravieso el corredor vacío y me encierro en mi cuarto desordenado. Como es usual a esta hora oigo disparos desde las profundidades de una ciudad invisible. Los tiroteos empiezan regularmente a las nueve como si la costumbre hubiese fijado la hora. Luego la ciudad cae en silencio. Luego hay más disparos y explosiones sordas. Nadie está triste, nadie presta atención ni se siente directamente amenazado (nadie excepto los baleados)”.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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