Musk en caída libre

A Elon Musk se le llegó a comparar con Leonardo da Vinci, como un polímata capaz de innovar en áreas tan complejas y sofisticadas como la neurociencia, la inteligencia artificial, la ingeniería espacial y la movilidad eléctrica. Su figura estaba nimbada de la genialidad que se atribuye a esos magnates tecnológicos, de los que rara vez se revela su faceta humana, aquella que va más allá del mito y deja al descubierto sus contradicciones.

Sin embargo, hemos sido testigos de una serie de hechos que desnudan la manera de actuar de este personaje. Musk nunca ocultó su admiración por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Mientras este enfrentaba un juicio político (impeachment) y múltiples acusaciones penales por delitos fiscales, falsedad y acoso sexual, el empresario tecnológico salió en su defensa mediática. Fue tan lejos como para comprar la red social X, de la que Trump había sido expulsado por su uso deliberado de la violencia y la difusión de noticias falsas, con el único objetivo de levantarle el veto y devolverle su cuenta. Y así lo hizo: adquirió la plataforma, la moldeó a su imagen y semejanza, censuró y habilitó contenidos a su antojo y la usó para promover su campaña política. De inmediato comenzó la migración masiva de usuarios y la pérdida de valor de la compañía.

Musk utilizó la red social como punta de lanza para el regreso de Trump al poder. Transformó la plataforma en un espacio hostil, donde mentir sin escrúpulos, hostigar a opositores y criminalizar a los disidentes se volvió rutina. Su papel resultó crucial para la victoria de Trump: lo blindó al proveerle dos elementos esenciales en cualquier contienda electoral: músculo económico y reputacional. Más allá de los millones que inyectó en las toldas republicanas, acercó a Trump a dos públicos estratégicos: los multimillonarios de Silicon Valley, que le ofrecían la validación del mundo tecnológico, y los hombres blancos que, acomplejados, se sentían una minoría reprimida por el “wokismo”.

Fue entonces cuando comenzó a desdibujarse la imagen del genio y a revelarse la del hombre diminuto, irritable, matoneador y mentiroso que es: alguien a quien poco le importa agitar banderas serviles a ideologías oscuras y deshumanizantes. Su momento más delirante ocurrió cuando, en un mitin, levantó el brazo en un gesto que evocaba el saludo nazi. Luego se excusó alegando que fue un gesto para “lanzar su corazón al público”, pero en una campaña marcada por el racismo y la xenofobia, aquella explicación resultó grotesca.

Musk parecía gobernar a Trump. Se les veía juntos en los eventos oficiales, en el Air Force One, en los jardines de Mar-a-Lago y en la Casa Blanca. En la ceremonia de posesión presidencial, estuvo en primera fila. No era descabellado pensar que Trump había hipotecado su mandato. Sin embargo, Trump tenía el poder real y, apenas pudo, le asignó a Elon un cargo rimbombante pero simbólico: encargado del programa “Doge”, una iniciativa para recortar el presupuesto estatal. Musk asumió la tarea y trató de administrar el Estado de manera arbitraria, como si se tratara de una de sus empresas. Aquella relación era una bomba de tiempo, una tensión insostenible que, tarde o temprano, terminaría con la salida de Musk. La pregunta era cuándo.

La luna de miel duró menos de seis meses. Musk abandonó el gobierno en medio de una profunda turbulencia, que se ha explicado como un desencuentro de expectativas y la necesidad de retomar el control de sus empresas, debido a la dramática pérdida de valor que siguen sufriendo en el mercado. Mientras tanto, las medidas irresponsables de Trump le pasaron factura en las encuestas, especialmente por la guerra comercial con China y su defensa de los crímenes de guerra de Netanyahu. Musk, ante la caída en picada, hizo mutis por el foro.

Hoy, de aquel genio apenas queda la leyenda de un par de hitos. El Musk actual es un personaje delirante y atormentado, con evidentes estragos del abuso de drogas y el peso de sus propias contradicciones. Su caída demuestra que ni la genialidad —ni mucho menos el dinero— son inmunes a las miserias humanas.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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