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Creo en las amistades interespecie. Las que nacen entre los humanos y los animales, superan las barreras del idioma, se construyen con gestos y nos enseñan a vivir mejor.
Asumo la posibilidad de una amistad con un ser de otra especie porque me permito cuestionar las jerarquías que han ubicado a los humanos por encima de los demás animales y porque la vivo todos los días. La mayoría de mis recuerdos están mediados por la presencia de los animales. Por su compañía y por la curiosidad que me despierta su comportamiento.
Cuando era niña pasaba horas contemplando conejos, gatos, perros, aves y terneros. Mi existencia y la de ellos era parte de un mismo mundo. Probé su comida, imité sus sonidos y aún hoy me pregunto cómo sería andar en cuatro patas.
Convivo estrechamente con dos gatas que sienten mi llegada y me reciben con maullidos emocionados cada tarde cuando regreso a nuestra casa. Sé que su expresión está ligada al alimento, al cuido que yo les proveo y que llena sus cuerpos de energía para moverse y saltar. Hay que comprar el cuido. Se acabó el cuido. Les voy a poner cuido a las gatas. Repetí esa palabra mil veces antes de entender lo que significa: cuido.
En el campo antioqueño “cuidar a los animales” es alimentarlos y por eso al concentrado se le dice cuido. Esta expresión es bellísima: habla del sustento y de lo que se da a otro cuando no puede procurárselo por él mismo. Las amistades interespecie son cuidado puro.
Hace unos días encontré una nueva amiga. Su nombre es Luna y anda en cuatro patas. La historia de Luna con los humanos empezó con dolor: no la cuidaban, no eran sus amigos. Cuando nos encontramos ella se mostraba tímida y asustada. La cola entre las patas, la cabeza baja. Su curiosidad hizo que nuestros encuentros fueran cada vez más cercanos. Me dio permiso para acariciarla y empezó a apoyar la cabeza sobre mis piernas. Cada día me daba un poco más de espacio para juntarnos y yo lo correspondía con muestras de cuidado y amor. Supe que había ganado su confianza el día que me mostró la panza: el lugar más vulnerable de un cuadrúpedo.
Mostrar la panza es abrirse a recibir las caricias más placenteras en el lugar más blando. Es asumir que el otro tiene el poder de hacernos bien en el sitio en donde pueden hacernos el mayor mal. Es confiar en la bondad aunque en el pasado no la hayamos recibido. Es ser valiente y también es recordar que somos ágiles para protegernos cuando haga falta. Que tenemos dientes y garras y que las sabemos usar.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/