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He escrito y leído muchas columnas que pretenden explicar cómo llegamos aquí. Soy una voz más de aquellas que han intentado, una y mil veces, demostrar que el problema de la ciudad es profundo y antiguo, y que no se puede reducir al nombre de un siniestro personaje, por más perverso que sea Daniel Quintero.
Pongámonos de acuerdo en que Quintero es parte de un problema mayor pero que ha logrado poner a temblar los cimientos del “milagro” (¿medio?) de Medellín. En otras palabras, no es todo el problema, pero sí ha llevado la situación a un nivel de crisis tal, que demanda de una respuesta contundente e inmediata en lo electoral pero que requiere a su vez de un esfuerzo sostenido por discutir con seriedad lo que somos y lo que queremos ser. Ya no somos lo que fuimos, y eso está bien, pero tampoco tenemos claro lo que queremos o debemos ser. No tenemos un propósito.
El viernes y sábado pasados, en el marco del programa de liderazgo público Liderario, tuve la posibilidad de oír dos grandes presentaciones sobre las cuales hablaré con mayor detenimiento en otras columnas. Por un lado, Jorge Girado, doctor en filosofía (y mucho más) habló sobre la crisis histórica de Medellín y dejó claro que los procesos ciudadanos y los logros de las primeras administraciones del siglo XXI, obedecieron a una respuesta colectiva movilizada por una crisis enorme que hizo temblar las bases de Antioquia. Conversaciones entre todos los sectores permitieron definir una hoja de ruta priorizando algunos elementos para movilizar a la ciudad en torno a unos objetivos puntuales que, empezaban por poner mucha más atención a los indicadores de pobreza, educación, vivienda y corrupción. Pero como bien explica el profesor, ese proceso se interrumpió, la sociedad se rompió y el milagro de Medellín se quedó a mitad de camino. Hoy puede considerarse como un intento fallido y se necesita algo que resuelva mucho más los problemas de la mayoría de la gente, empezando por el hambre.
Por otro lado, el exdirector de Medellín Cómo Vamos, Luís Fernando Agudelo, pone sobre la mesa dos cosas que me parecen importantes. Lo primero es que han cambiado los valores y los gustos de nuestra ciudadanía sin que necesariamente todos lo entendamos ni sea exclusivamente para bien. Lo segundo, es que están técnicamente identificados los principales problemas de Medellín y en algunos de ellos ya existe una ruta para resolverlos, pero ha faltado consenso, decisión y capacidad política para hacerlo. Ha dejado de ser prioritario.
Medellín necesita constituir una misión por la ciudad. Se trata de una convocatoria amplia, política y técnica que genere los espacios para entender lo que nos ha pasado, lo que somos y lo que debemos ser, pero sobre todo para actuar conjuntamente en hacerlo. Los logros y los fracasos anteriores reclaman que el liderazgo de la ciudad encuentre personas capacitadas para planear y ejecutar programas muy ambiciosos en todos los frentes, empezando por la pobreza y el hambre que son tragedias enormes y fallas del modelo. Tiene que haber acciones en las empresas, las universidades, las organizaciones sociales, los artistas, los políticos, los ciudadanos. Esa misión, esa acción colectiva decidida y continuada que hemos vivido muchas veces antes, requiere de unos liderazgos que todavía no aparecen y que va mucho más allá de los casi infinitos precandidatos a la Alcaldía.
Continuará…
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